In home again {Cap.2}


Carretera a Kansas.
2011.

El Chevy Impala avanzaba con velocidad por la casi desierta carretera, la cual llevaba a los dos chicos que viajaban en el auto a un único destino: Casa. Cuatro años atrás habían visto por última vez aquel lugar y la razón de ese regreso tan apresurado había sido una muy simple: su padre. John Winchester había salido de las vidas de sus hijos sin siquiera decirles una palabra, mucho menos un adiós, pero Dean y Sam ya no eran los pequeñitos que se quedaban con los brazos cruzados cuando su padre decidía abandonarlos sin darles una explicación coherente; no, ahora eran unos jóvenes los cuales no se conformaban con falsas despedidas y huidas de su padre sin razón. Los chicos ahora eran más conscientes de las cosas que sucedían en el mundo y sabían muy bien que si su padre había decidido dejarlos de la nada era porque seguía algo grande y ellos no se quedarían sentados a esperarlo. Loco su padre si seguía pensando que sus dos impacientes hijos lo harían. Y justamente no lo hicieron.

Dos meses atrás, Sam había descubierto que su padre los había dejado tirados a la mitad de Palo Alto California en medio de una misión; ambos dormían cuando John recogió sus cosas y se fue sin detenerse a hablar con sus hijos, aunque lo extraño del asunto resultaba ser que John había dejado su diario sobre la mesa del motel junto a la interesante nota donde amablemente les informaba a sus hijos de su partida. Muy considerado de su parte mencionar que se iba, ¡Como si no fuera exageradamente evidente! Pero la cosa ahora era averiguar por qué rayos John había dejado "su posesión más preciada” olvidada, ¿O acaso no lo había olvidado? ¿Sería un accidente o tendría algún propósito dejando su diario en manos de sus hijos? Dean sospechaba que su padre esperaba algo al dejarles ese pequeño recuerdo y por esa misma razón el chico revisó con detalle el diario, encontrando rápidamente algo que suponía era una pista a John: Coordenadas.

Dean supo inmediatamente lo que su padre deseaba; ellos debían ir a donde él quería, suponiendo ambos chicos que lo encontrarían ahí, esperándolos. Más su padre era un hombre listo, bastante listo, el cual los había mandado a un destino equivocado para lograr distraerlos y mantenerlos alejados de lo que John en realidad perseguía. Y a decir verdad, el plan de John Winchester había estado funcionando perfectamente bien, hasta que, los chicos estando en Seattle recibieron una agradable llamada por obra del destino.

—¿Diga? —respondió Dean instantáneamente cuando abrió el teléfono y no reconoció el número del que le marcaban.

Disculpe, ¿Con quién hablo? —La voz de un muchacho sonó con nerviosismo del otro lado de la línea, provocando la curiosidad de Dean.

—Dean, ¿Quién habla? —preguntó sin prestar mucha atención.

Adam Winchester, ¿Se encuentra John por ahí? —Dean saltó del asiento del piloto cuando escuchó aquello y no respondió. ¿De qué rayos le estaban hablando? ¿Adam Winchester? ¿Quién jodidos era aquel…?—. ¿Hay alguien ahí?

—Ah, sí —Dean se aclaró la voz y sacudiendo la cabeza salió de sus pensamientos—. John no se encuentra, perdón, ¿Cómo consiguió este número?

El joven titubeó un instante, pero se decidió a responder. —Él me lo dio, dijo que si necesitaba algo…

—Espera, —interrumpió ágilmente—. ¿Te lo dio? ¿Cuándo? Este número es nuevo.

Hace una semana, me llamó y dijo… 

—Sí, sí, que si lo necesitabas —volvió a interrumpir con fastidio y entornó los ojos—. ¿Sabrás acaso de dónde llamó? ¿Dijo algo? ¿Dónde estaba?

Ehm bien, si, mencionó algo de Kansas pero yo… 

—¿Kansas? ¿Estás seguro? —insistió desesperado, ¡Si su mismo padre les había dejado las coordenadas! ¿Qué…? Entonces Dean lo entendió y al instante una tremenda ira se apoderó de él, dejándolo sin palabras mientras terminaba de atar cabos.

Sí, Kansas —la voz del chico volvió a sacarlo de sus pensamientos y al instante olvidó su furia—. Oye, me urge contactar a mi padre, si lo ves dile que me llame a este número, gracias.

—¡Hey! Espera, ¿tu padre? —dijo, pero esa pregunta se había quedado al aire, el chico ya había colgado, dejando a Dean nuevamente estupefacto.

¿Su padre tenía otro hijo? ¿Cómo era eso posible? La última vez que había escuchado algo como eso se terminó enterando de que Sam tenía una hermana gemela, la cual por obviedad terminaba siendo su hermana y había estado oculta 15 años. Y ahora resultaba… ¿Qué más secretos tendría su padre? Realmente no le interesaba, en ese momento la única idea que pasaba por su cabeza era la de ir a Kansas y encontrar a John para que le explicara lo que realmente sucedía.

Dean pisó más a fondo el acelerador, guiado por el recuerdo de aquella llamada y su creciente impaciencia que le reclamaba averiguara la verdad; poco a poco comenzaba a hartarse de tanto misterio, de todos los secretos, de todos los engaños de su vida. Él quería saber lo que su padre tanto ocultaba y no era algo opcional, él estaba decidido y así sucedería.

— Sam, —dijo en voz baja a su hermano que dormía, al momento que vio un señalamiento que le indicaba que faltaban 3 kilómetros para llegar al pueblo—. Sammy, despierta, estamos por llegar.

Sam se removió en el incómodo asiento ante aquel diminutivo con el que su hermano acostumbraba llamarle, le fastidiaba a sobremanera—. ¿Qué? —dijo aún soñoliento mientras comenzaba a abrir los ojos.

—Estamos por llegar, solo 3 Km Sammy —repitió con una enorme sonrisa en los labios, al captar el enfado que provocaba en su hermano cada que lo llamaba “Sammy”.

—Basta, no empieces —replicó el joven de 22 años al momento que se enderezaba en el asiento y terminaba de despertarse.

—Vamos, no te enojes, pronto se aclarará todo —dijo mientras iba desapareciendo la sonrisa en sus labios y una máscara de seriedad se instalaba en su lugar.

—Eso espero hermano —un tono de cansancio apareció en su voz, aunque Dean supo al instante que ese cansancio tenía que ver con su vida y todos aquellos secretos, Sam al igual que él estaban fastidiados de todo aquel asunto—. Aún no creo lo de… Adam.

—Eso no importa ahora, me interesa más saber por qué papá nos estaba enviando en otra dirección.

—Pues muy pronto nos lo dirá —comentó Sam, señalando el letrero que daba la bienvenida a Kansas—. De vuelta a casa.

El auto disminuyó rápidamente su velocidad, estaban ahí de nuevo, Lawrence Kansas, su antiguo hogar. La vista de Sam iba de un lado a otro, reconociendo algunos lugares y percatándose de otros nuevos.

—Vaya, no hay muchos cambios en realidad —mencionó el menor, volteando a ver a su hermano que manejaba con la vista al frente.

—Pues ojala eso haga más fácil encontrar a papá —respondió cortante mientras se estacionaba en uno de los moteles del centro del pueblo—. Tendremos que quedarnos aquí, tú ve por las llaves en lo que yo voy a darle una vuelta al lugar y a preguntar en algunos establecimientos —el chico apagó el auto y tomo las llaves, bajando inmediatamente y sin dejar responder a su hermano.

—Claro, solo a “dar una vuelta y a preguntar”, ¿Y yo soy un actor famoso, no? —Sam puso los ojos en blanco y se bajó del auto para seguir las indicaciones de su hermano.

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Dean comenzó a recorrer el pequeño pueblo con pereza, realmente estaba cansado y ese cansancio se debía a que había manejado sin parar los últimos dos días; el chico realmente estaba deseando tirarse en una cama y dormir por días, pero eso no iba a ser posible hasta que tuviera algunos indicios del paradero de su padre, por lo que mientras más se apurara en conseguir algo de información, más rápido tendría su merecido descanso.

El joven de 26 años comenzó preguntando en un taller mecánico, donde varios años atrás había trabajado su padre antes de la muerte de su esposa, pero Dean, no obtuvo algo que le fuera útil por lo que continuó en el siguiente local, que resultó ser una tienda de armas la cual John frecuentaba al ser el dueño su amigo. Lo único que Dean tuvo como respuesta fue un gran abrazo de parte del dueño, que terminó por sofocar al muchacho. Rápidamente logró salir de ahí, no sin antes prometerle que lo visitaría después.

Dean con un suspiro se encontró de nuevo en la calle y harto de no encontrar nada útil decidió darse por vencido, al menos hasta encontrarse con Sam. El joven visualizó una banca a lo lejos, donde podría detenerse y respirar un poco antes de alcanzar a su hermano en el motel, más cuando se dirigía hacía ahí, un llamativo establecimiento de comida se cruzó por su mirada, abriendo repentinamente el apetito del chico. Dean con una sonrisa ladeada cruzó la calle y sin fijarse demasiado en el lugar entró, encontrándose rápidamente con un ambiente tranquilo y un agradable olor que inundó sus pulmones. El chico se detuvo un momento, aún en la entrada, a pensar en su hermano, pero rápidamente decidió que le llevaría algo de comer una vez que él comiera algo.

Se puso en marcha hacía una mesa vacía que se encontraba al fondo, cuando de la nada una rubia cabellera apareció ante él y Dean sin poder evitarlo chocó contra la chica que llevaba una charola con varias órdenes, de las cuales vio caer algunas al suelo. La joven con la que había chocado rápidamente se dio vuelta y lo encaró, Dean dio un paso hacia atrás cuando se encontró con aquel par de ojos verdes que centelleaban por la furia.

—¡Fíjate por donde caminas imbécil! —Sentenció la hermosa chica al momento que dejaba la charola en una mesa y se agachaba para recoger lo que había caído al suelo—. Genial —murmuró con fastidio y se levantó de inmediato, dejando al muchacho congelado mientras ella desaparecía detrás de una puerta. Dean se quedó ahí, como hipnotizado, con la mirada fija por donde ella había desaparecido; la chica le había parecido realmente hermosa, pero cuando el joven recapituló lo que ella le había dicho, su orgullo se vio herido inmediatamente. Dean sonrió de lado, no podía creer que una chica le hubiera llamado de aquella forma y él ni siquiera pudo responderle.

El joven aún con la mirada perdida, avanzó hasta la mesa libre y se sentó. Saliendo de su ensimismamiento comenzó a buscar con la mirada a alguien que pudiera atenderle, pero no encontró a nadie. Pronto, la puerta por donde la chica había desaparecido se abrió de golpe provocando que el joven diera un brinco en su asiento. Su mirada volvió a aquel lugar justo al instante en que la muchacha con la que había chocado, salía de lo que parecía ser la cocina con otra charola y con nuevas órdenes. El chico intentó hacerle una seña, pero la rubia se siguió de largo sin siquiera prestarle atención. Dean la siguió con la mirada, ella rápidamente colocó las nuevas órdenes en la mesa donde había un par de chicos y se dio vuelta, volviendo por el mismo camino y de pasada lanzando de una manera un tanto agresiva una carta sobre la mesa de Dean.

El muchacho miró nuevamente como ella entraba a la cocina u entonces miró su mesa donde seguía la carta con el menú a punto de caerse al suelo. Dean la tomó y comenzó a revisar lo que servían en aquel lugar, esperando encontrar su platillo favorito. Antes de que siquiera viera la mitad del menú, la puerta del restaurante se abrió y por ella apareció una figura de lo más familiar para Dean. Sam rápidamente miró a todas partes, encontrando al instante a su hermano, quien aún miraba la carta. Sam suspiró, acercándose y sentándose frente de él.

—Sabía que estarías aquí… ¿Qué paso con eso de “dar una vuelta y … ¡Preguntar!? —cuestionó Sam con enfado.

—Ya, ya, lo hice, pero no encontré nada, así que decidí tomar un descanso y cuando pasé por aquí… —mencionó, dejando la frase inconclusa sin quitar los ojos del menú.

—Muy considerado de tu parte —bufó el menor mirando el lugar con atención y enarcando una ceja—. Hey Dean, ya viste donde…

E interrumpiendo el hablar del muchacho, la chica rubia nuevamente salió de aquella puerta, ahora sosteniendo entre las manos una pequeña libreta y una pluma. Con la mirada fija en sus anotaciones se acercó a la mesa de los jóvenes y sin levantar la mirada para verlos preguntó:

—¿Qué van a ordenar tú y tu nov… —dijo, mirando a Dean y después a Sam, más la broma de la chica se perdió en el aire cuando sus ojos se toparon con éste último.

—¿Didi? —exclamó con emoción Sam, poniéndose repentinamente de pie y abrazando a la rubia.

—¡Sam! —replicó ella al momento que le correspondía el abrazo.

—¡Dios, no puedo creerlo! —Comentó separándose un poco para mirarla—. Mírate, qué hermosa estás.

Dianne soltó una risita y se encogió suavemente de hombros.

—Gracias Sammy, tú… —dijo mirándolo de abajo a arriba—. Tú has crecido mucho —mencionó, echándose a reír al instante.

Y mientras los dos jóvenes seguían riendo, Dean los miraba extrañado ¿De dónde conocía su hermano a esa chica? Guiado por la curiosidad se puso de pie y se aclaró la garganta para llamar su atención. Cuando ambos lo miraron, Dean miró a Dianne, dirigiéndole una sonrisa un tanto coqueta.

—¿No nos presentas Sammy? 

La chica puso los ojos en blanco y se volvió a Sam.

—No cambia ¿Eh? —dijo burlonamente.

—Al parecer no —comentó divertido, si su hermano supiera quién era ella…

—Bueno, les traeré algo especial —Dianne le guiñó un ojo a Sam y paso junto a Dean sin siquiera mirarlo, entrando por la puerta de la cocina unos segundos después.

—Wow —articuló el mayor y miró a su hermano con una ceja enarcada—. ¿Quién es la rubia?

Sam rió aún más y se volvió a sentar en la mesa, definitivamente su hermano no tenía remedio. Dean imitó a Sam y volvió a ocupar su asiento, sin quitar la mirada de su hermano, él aún esperaba una respuesta. Sam entornó los ojos y bufó, no podía creer que Dean tuviera tan mala memoria.

—¿De verdad no la recuerdas? —Dean negó con la cabeza y su hermano hizo una mueca de desaprobación—. Dean, ¿Ya te fijaste dónde estamos?

El ojiverde miró a su alrededor, no entendía lo que su hermano trataba de decirle, pero cuando comenzó a prestarle atención al lugar, muchas imágenes llegaron a iluminar sus pensamientos. Volvió la cabeza con rapidez a Sam y éste, al captar su sorpresa asintió con la cabeza.

—¡No! —dijo Dean y sacudió la cabeza de un lado a otro, como tratando de despertar de un sueño, más para su mala suerte, todo aquello era real—. ¡Dime que esa rubia no es la odiosa de Dianne Holls! 

Sam estalló en risas, dejando a Dean más blanco que el papel, ¡Qué idiota al no haberla reconocido! Sí, era igual y tenía el mismo carácter…

—Aunque se ha puesto más guapa —dijo en voz alta, provocando más risas de su hermano.

Sam aún recordaba la relación entre Dean y Dianne, ninguno se soportaba y las peleas siempre se hacían presentes cuando estaban juntos. Sam y Dean conocían a Dianne desde que ella tenía 11 años y ellos 12 y 16 respectivamente, donde Sam la salvó de un incidente y de aquel día se hicieron amigos inseparables. Dean por su parte, se pasaba molestándolos a cada oportunidad que tenía, provocando el mal carácter de Dianne. Habían pasado muchos años juntos, entre juegos, travesuras, escuela y demás; más cuando la chica cumplió 16, su padre fue trasladado a Texas, por lo que se mudaron y perdieron contacto. Pero Sam nunca olvidó a su mejor amiga, con quien paso tanto buenas como malas.

Y aquel lugar… ambos chicos lo reconocían, pues era el restaurante de Susan, madre de Dianne y ahí habían pasado interminables momentos, era como su segundo hogar. Además de que la comida era y seguramente seguía siendo excelente, algo que Sam pensó Dean nunca podría olvidar.
Los chicos ahora estaban más tranquilos, en definitiva se sentían en casa. Al menos algo bueno había resultado gracias a la desaparición de su padre ¿No?

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Susan Holls era una mujer muy ocupada, ¿Por qué? Bueno, además de ser madre de tiempo completo y ama de casa, atendía el restaurante que había heredado a la muerte de su padre. El “Walker’s” en definitiva terminaba por robarle el tiempo de sobra que tenía la mujer, aunque eso realmente no le importaba, de hecho le gustaba atender aquel lugar, principalmente porque amaba cocinar y le traía muy buenos recuerdos del pasado. En especial, de momentos junto a James, su esposo, que hacía algunos años había fallecido. Realmente la pérdida fue un trago muy amargo para Susan, pero la mujer entendió que debía continuar con su vida y salir adelante, no solo por ella, también por su hija Dianne. Más ahora vivían una vida feliz y de lo más tranquilas, Susan atendiendo el restaurante y Dianne asistiendo a la universidad y ayudando en sus tiempos libres en el Walker’s como mesera. Y con que fueran felices, Susan tenía todo y hasta le sobraba.

La mujer de ojos azules ahora se encontraba de compras, aunque no realmente buscando suministros para su hogar; lo que realmente buscaba eran unos cuantos objetos para la seguridad de su casa y no exactamente una alarma de seguridad. Lo que sucedía es que Susan tenía una doble vida y solo muy pocas personas sabían de qué trataba esa vida que tanto luchaba por esconder. Aquella mujer de aspecto alegre y amable, resultaba ser ni más ni menos que una cazadora; pero no de esos que van a los bosques a matar osos y zorros, la mujer cazaba seres sobrenaturales.

Y ahora buscaba el pasillo donde se encontraban los sacos de sal. Susan había tenido que viajar hasta la capital del estado para encontrar justamente éstos, no eran muy comunes por así decirlo y él único lugar que le quedaba más cercano y donde podía encontrarlos era ahí, un supermercado en Topeka. Sin buscar demasiado localizó lo que necesitaba y cuando acababa de tomar el saco que le quedaba más a la mano, dicho saco no se movió. Lo jaló, pero fue inútil ¿Acaso les habían agregado más contenido y ahora pesaban más? Pero entonces la mujer observó que le impedía tomarlo y era, en definitiva otra mano que jalaba al mismo tiempo el producto; la mano de un hombre.

Susan levantó la mirada y al instante se topó con un par de ojos verdes que también la miraban. El impacto del reconocimiento de aquellas facciones masculinas le hicieron quedarse congelada por un segundo, más un instante después, una sonrisa se extendía por su rostro.

—Hola Susan, cuánto tiempo sin vernos— se apresuró a decir aquel hombre que igualmente sonreía.

—John Eric Winchester, ¿Qué haces aquí? Lo último que supe es que te encontrabas con tus hijos en Palo Alto— dijo la mujer, aún sorprendida—. Por cierto, ¿Dónde están, vienen contigo? —cuestionó mirando a lo largo del pasillo, esperando encontrarse con los dos muchachos.

El rostro de el hombre se volvió blanco ante la pregunta de Sue, -como solía llamarla-, y sin poder evitarlo, su voz adquirió un toque de nerviosismo.

—No, yo… en realidad vengo solo —contesto, intentando que sonara tranquilo. John había vuelto por una sola razón a Kansas, una que le ponía de un humor no muy bueno—. Y emh, ¿Cómo están Jim y Dianne? ¿Ya se le mejoró el carácter a la niña? —preguntó él ahora, intentando desviar el rumbo de la conversación. Más los ojos de Susan se ensombrecieron al instante y John supo, que aquella no había sido la pregunta adecuada—. ¿Sucede algo?

La mujer contuvo las lágrimas que luchaban por salir de sus ojos; hacia bastante tiempo que nadie le recordaba a James y menos alguien que había sido demasiado cercano a su esposo, eso le hacía sentir aún más real la pérdida.

—¿Dije algo malo? —volvió a preguntar y en ese momento, la mujer se soltó a llorar. John, dudando en lo que debía a hacer, se acercó y antes de que pudiera decirle algo, ella lo abrazó dejándolo congelado y sin saber cómo reaccionar—. Shh, anda ya, tranquila; dime qué paso ¿Le sucedió algo a Dianne? —esta vez, el tono de preocupación era totalmente notable en la voz de John, más la mujer continuaba llorando aunque hacía intentos de responderle cada que tomaba aire.

—John, e-es Ji-im —logró decir la pelirroja, sin dejar de llorar.

—¿Qué con Jim? Comienzas a asustarme Sue —dijo frunciendo el ceño y ésta vez, abrazándola.

—Él… murió.


El hombre sin esperar ni un segundo más la saco de aquel supermercado y buscó un lugar más tranquilo, donde pudieran hablar.

Un café a unas cuantas calles de ahí le pareció adecuado y para su buena suerte, no había demasiada gente en el lugar. Llevó a Susan a una de las mesas más apartadas y ordenó dos cafés americanos. Ahora la mujer estaba más tranquila, aunque no había dicho una sola palabra más desde que salieron del supermercado.

Una vez que les llevaron el café John esperó a que Susan se calmara un poco más y entonces, colocando una mano sobre la de ella volvió a intentar.

—¿Puedes decirme ahora, qué es lo que pasa? —demandó el hombre de cabello negro, con un tono serio y firme, el mismo que utilizaba cuando hablaba con sus hijos.

Susan dando un largo suspiro, comenzó a contarle todo lo que había sucedido con respecto a la muerte de James. Ocurrió cuando se mudaron a Texas por un traslado del trabajo de su marido; de hecho, esa fue la última vez que habían visto a los Winchester antes de partir a Texas. La mujer le contó que Jim había muerto a manos de un delincuente que atacó a su hija y James murió al defenderla. La verdad de la historia era muy diferente; habían estado de cacería cuando fueron emboscados por un demonio que buscaba matar a Dianne y cuando atacaba a la rubia, su padre apareció y se interpuso, resultando muerto en el ataque. Más Susan no podía contarle tales hechos a su amigo ya que nadie sabía de su vida de cazadora, exceptuando a Bobby Singer, amigo tanto de John como de ella, quien además le había contado a la pelirroja cual era el “negocio familiar” de los Winchester. Y a pesar de que Susan confiaba en ellos, debía mantener oculta esa parte de su vida, por la seguridad de su familia.

John escuchó con atención lo que Sue le contaba y no pudo evitar sentir tristeza por la muerte de su amigo, que además había sido su compañero en la marina. Más sin darse cuenta, la tarde había caído y considerando el estado de la mujer no podía dejar que se marchara sola.

—Sue te llevo a tu casa ¿Aún vives en Lawrence? —Ella asintió y sin más, salieron del lugar.


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—¿Derecho, no estás de broma? ¡Siempre lo supe! —La risa de Dianne se mezcló junto a la de Sam, llenando de pronto toda la habitación. Ya no era extraño, no después de que las dos últimas horas habían sido exactamente así, entre risas, comentarios, bromas y vivencias pasadas. Y aún les faltaba mucho por contar.

—Bueno, supongo que hablaba mucho de eso —comentó el alto muchacho, sonrojándose por un breve segundo.

—Hablabas hasta por los codos de ello, realmente me alegra que te decidieras ¿Cuándo es el examen? ¿Volverás a California para estudiar allá? —la sonrisa se hizo más grande en el rostro de la rubia, aunque sinceramente el pensar que volverían a irse le causaba un poco de tristeza.

Sam negó rápidamente con la cabeza, un movimiento conciso que desplazó la tristeza que le había punzado en el pecho a Dy, aunque había algo en la mirada del chico que no encajaba totalmente.

—¿Sucede algo Sammy? —preguntó ella, ahora mirándole con preocupación.

—No, no es nada Dy, no te preocupes —mintió. Algo pasaba, pero realmente no encontraba cómo decírselo. Con la desaparición de su padre y el hecho de que iban siguiendo su rastro de un estado a otro, la posibilidad de entrar a la facultad de derecho le parecía nula. Encontrar a John era más importante, aún con ello Sam tuviera que dejar lo que amaba hacer—. Y ehm… el examen será pronto, estaré a tiempo para él —sonrió, esperando calmar a la chica y que ésta no preguntara algo más. Justo a tiempo, el otro muchacho que hasta ese momento había estado en silencio se aclaró la garganta.

—Didi… —empezó Dean y al instante, la rubia le lanzó una mirada furiosa y le interrumpió.

—Dianne, es Dianne, Dean —Dean tuvo que hacer un gran esfuerzo para no decirle exactamente lo que pensaba, ni siquiera pudo regresarle la mirada, porque sabía que debía ayudar a Sam.

—Claro, Dianne… ¿Tu padre aún conserva ese fabuloso Charger 69? —La interrogante le hizo fruncir el ceño a la joven que de pronto se le había ensombrecido la mirada.  Sam por su parte agradeció por la extraña intervención, más cuando observó el semblante de su amiga, deseo que Dean no hubiera preguntado nada. Algo andaba mal.

—¿Pasa algo? —cuestionó el chico de veintidós con inquietud palpable en la voz.

—Nada, nada —respondió levantándose inmediatamente del sillón y secándose una lágrima del rostro—. Les traeré un café, ¿De acuerdo? —no esperó a que alguno de los dos respondiera, se dio vuelta y entró disparada a la cocina.

Sam miró a Dean, quien miraba por donde ella se había ido y después hacia su hermano.

—¿Qué dije? —Sam no respondió, se puso de pie y le hizo una seña con la mano para que esperara ahí.

Apenas entró a la cocina sus ojos se toparon con la chica, que estaba frente a un largo mostrador dándole la espalda. Supo al instante que lloraba, lo supo por la manera que su cuerpo se sacudía por los sollozos. Caminó en silencio y se detuvo junto a ella. No tuvo que hacerle notar que estaba ahí porque la joven inmediatamente se giró, dejando ver su rostro lleno de lágrimas y le abrazó. Sam le correspondió sin pensarlo y con el paso de los minutos, comenzó a sentir como su playera se iba empapando.

—Shhh, tranquila —susurró, abrazándole más fuerte y al mismo tiempo acariciándole el cabello, en un intento de lograr consolarla. Dianne continuó llorando, más poco a poco y guiada por la presencia de él, su llanto disminuyó—. ¿Puedo hacer algo por ti?

Dy negó con la cabeza mientras daba un paso hacia atrás y se secaba las lágrimas del rostro.

—Lo siento, no fue mi intención…

—No te preocupes pequeña, solo quiero saber si estás bien ¿Podrías decirme qué te sucedió?

Dudo por un segundo y evitó a toda costa la mirada del muchacho. Después de unos cuantos minutos en silencio Dianne terminó por mirarlo, alargando un suspiro al final.

—Es mi papá Sam, murió hace tres años cuando nos mudamos a Texas.

El chico se quedó mirándola, congelado por el impacto que le habían causado sus palabras. Sam había esperado todo, cualquier cosa menos eso y sin poder evitarlo volvió a abrazarle.

—Lo siento mucho —murmuró con sinceridad, manteniendo el abrazo por un par de segundos más.

Ella no tuvo tiempo de responderle pues en ese preciso momento escuchó un tintineo de llaves y después, el sonido de la puerta delantera de la casa abriéndose y cerrándose. Una voz de mujer, lo bastante familiar para ella, le llegó también a los oídos. Su mamá por fin había llegado. Pero antes de que pudiera decírselo a Sam, una voz esta vez de un hombre, se sumó a la de Susan. Dianne miró con extrañeza al chico y con un leve movimiento de la cabeza le indicó que la siguiera.

—Ha sido agradable verte de nuevo Sue, esp… —John no pudo terminar aquella frase cuando de pronto se encontró con su hijo mayor sentado en la sala de la pelirroja—. ¿Dean?

El joven rubio levantó el rostro y la sorpresa de ver a su papá le dejó petrificado. En ese momento Dianne hizo su aparición seguida por Sam. A diferencia de Dean, Sam inmediatamente reaccionó al ver a su padre frente a él.

—Vaya, creo que los libros de geografía se equivocaron. Según sabía éste estado se llamaba Kansas, no Chicago —el sarcasmo en la voz de Sam era completamente notable, así como la ira.

La mirada que John le envió a Sam tenía un mensaje completamente claro. Una advertencia, para que Sam cuidara sus palabras.

—No es el momento Samuel, hablaremos después de eso —concluyó y giró el rostro hacia Susan, para comentarle algo más.

—¿No? —Interrumpió Sam—. ¡Carajo, contigo nunca es el momento!

—Es suficiente, hablaremos después.

—¡No papá, nunca hay un después! ¡John Winchester nunca da un después! —gritó, al mismo tiempo levantando los brazos.

—Basta ya. Yo les di una orden, ¿Qué es lo que hacen ustedes aquí? —El enfurecido hombre miro a su hijo menor y después alterno la mirada hacia Dean, donde clavó los ojos—. Estoy esperando…

En ese momento Dean reparó en dónde estaban y la escena que Sam había provocado. Observó a Dianne, parada frente de Sam y a Susan. De haber sido cualquier otro momento le habría gustado saludar a la mujer, darle un abrazo. Dean le tenía un enorme cariño a la pelirroja, a quien consideraba como una segunda madre. El chico se aclaró la garganta y se puso de pie, mirando a su hermano, pareciendo ser el único que pensaba claramente.

—Es tarde Sammy, Dianne y Susan deben estar cansadas. Será mejor que nos vayamos —Le lanzó una única mirada a Sam, quien seguía a leguas molesto y esperando una aclaración de parte de John—. Ahora Sam.

Dean se movió en silencio y segundos después, a regañadientes, Sam lo siguió.

—Nos vemos luego Didi —La joven rubia asintió, sin poder decir ni una sola palabra—. Hasta luego Susan, siento la molestia —Sam pasó junto a la mujer, mirándole apenado y salió detrás de su hermano.

John, que hasta ese momento había logrado mantenerse sin intervenir, suspiró fuertemente y se volvió hacia su amiga.

—Perdona por lo sucedido, Sue. Nos vemos mañana ¿Te parece bien?

—Claro, hasta mañana John —Antes de que él se diera la vuelta y saliera de la casa, Susan colocó una mano sobre su hombro, en un gesto tranquilizador—. Tómalo con calma

John agradeció simplemente sonriéndole. Dio entonces una rápida mirada hacia Dianne, que continuaba de pie junto a uno de los enormes sillones.

—Cuídate, Fierecilla —Por fin la chica reaccionó y le sonrió al hombre justo a tiempo, antes de verlo salir.



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Afuera ambos chicos esperaban dentro del Impala. Increíblemente ninguno hablaba, aunque por sus expresiones era notable cómo se encontraban. Sam por su parte seguía extremadamente molesto, mientras que Dean se encontraba aún calmado, manteniendo la cabeza fría para, en cualquier caso, hacer de intermediario entre su hermano y John.

Por el retrovisor Dean observó a su padre salir de la casa de los Holls e inmediatamente se irguió en el asiento y bajo el vidrio, ya sabía lo que su padre haría a continuación

Y dicho y hecho, John con una máscara de seriedad se acercó hasta el auto de su hijo, del lado del conductor. Se inclinó un poco para quedar a la vista de ambos y les dio una rápida mirada a cada uno, más el único que le devolvió la mirada fue Dean. El hombre suspiró al observar la actitud de su hijo menor pero terminó ignorándolo, la verdad no estaba de humor para hablar con él en ese instante. Así que se volvió hacia Dean y con la misma seriedad terminó por hablar.

—Me siguen —ordenó con firmeza. Dean se limitó a asentir rápidamente y metió las llaves en el contacto del auto.

—Dejamos nuestras cosas en el motel —dijo Sam, en un tono de indiferencia y con la mirada aún al frente.

—Me siguen —repitió, esta vez aún más estricto y sin esperar una respuesta se dio la vuelta y se dirigió a su camioneta aparcada al otro lado de la calle. Dean encendió el auto cuando su padre hizo lo mismo y una vez John arrancó, Dean lo siguió.

El trayecto fue silencioso y ninguno de los chicos se atrevía a mirarse. Cada uno iba perdido en sus propios pensamientos, Sam recordando los últimos hechos de aquel día y preparándose para lo que venía, mientras que Dean simplemente seguía automáticamente a John, sabiendo perfectamente a dónde los llevaba.

Fueron unos veinte minutos de camino, en los cuales los muchachos también recordaron memorias de cuando vivían en Kansas, cuando las cosas estaban mejor, mucho mejor. O al menos, así lo veían ellos. Finalmente y después del eterno trayecto John dio vuelta en una calle llena de casas y aparcó en la tercera del lado derecho. El hombre puso la alarma a su camioneta y sin detenerse a ver a sus muchachos se adelantó hasta la puerta de la entrada, la cual al instante se abrió de par en par.

Dean dejó el Impala detrás de la camioneta y se apresuró a bajar, deteniéndose junto a la puerta del copiloto para esperar a Sam. El alto muchacho terminó saliendo del auto con un atisbo de desgana y aún, notablemente molesto. Su hermano mayor solo le dirigió una mirada significativa y moviendo el rostro hacia la casa le indicó que lo siguiera. Ambos caminaron lentamente, tomándose unos segundos para mirar rápidamente aquella casa. Esa había sido la casa donde habían pasado el resto de su infancia y el inicio de su adolescencia, antes de marcharse a California. Sam suspiró, mientras se dejaba invadir por la sensación de estar nuevamente ahí, en aquella casa donde habían pasado todo tipo de cosas, su hogar.

No dieron más largas a lo inevitable, así que después de un último vistazo ambos chicos se adentraron en la casa. Sam cerró la puerta a su espalda y se encaminó con Dean hacia la sala, donde como ya se imaginaban, John les esperaba. Y esta vez, al verse ahí los tres reunidos, fue John el primero en romper el silencio.

—¿Pueden explicarme qué hacen aquí? —la mirada que les dirigió John fue en extremo severa y a leguas se podía notar la furia en sus ojos. Realmente estaba molesto, no solo porque ambos le desobedecieran y no siguieran una orden, también por la escena que había tenido lugar en casa de Susan. No había sido ni el lugar, ni el momento, mucho menos considerando lo que Susan le había contado aquella tarde y el estado en el que había estado.

—Esa no es la pregunta, John, en dado caso nosotros deberíamos preguntarte lo mismo. ¿Quieres decirnos porqué nos engañaste y nos mandaste tras una pista falsa? —Sam mostraba una apariencia un tanto intimidante ahí, con aquella dureza en el rostro y la ira que estaba a punto de explotar nuevamente. Pero para su padre, un hombre tan rígido, no era más que una simple rabieta.

—Más respeto muchacho, soy tu padre y soy yo quien hace las preguntas. Sigo esperando una explicación —el esfuerzo que hacía para no comenzar a gritar y mantenerse calmado era enorme. John, al ver que Sam no le respondería miró a su otro hijo expectante—. ¿Dean?

El muchacho, que hasta ese momento se había mantenido callado junto a su hermano le miro desafiante, una mirada que John nunca había visto en su hijo mayor. Dean siempre había sido el obediente, el soldado y aquella actitud iba totalmente en contra de él.

—¿Quién jodidos es Adam? —cuestionó, dejando ver por primera vez su enojo. Desde el primer momento que había recibido esa llamada Dean había esperado con frustración a tener a su padre enfrente para preguntarle y esta vez no se iba a escapar.

Fue en ese momento donde John finalmente explotó y sin más se acercó a ellos, dirigiéndoles una mirada que podría matar, si fuera posible.

—¡Con un carajo! —gritó—. ¡Ya basta, ambos! ¡En este preciso momento me van a decir por qué me desobedecieron y punto!

—Joder, ¡Porque tú nos mentiste! ¡Nos engañaste y nos mandaste a Chicago haciéndonos creer que te veríamos allá! —Respondió Sam, finalmente cansado de la actitud de su padre—. ¿Qué nos vas a decir a eso? ¿Qué fue una equivocación?

—No tengo porqué explicarte nada Samuel, ninguno de los dos tiene porqué cuestionar lo que les digo, ¡Solo lo hacen y ya! ¿Qué parte no entienden de eso? —bramó, mirando fúrico a Sam. Aquel muchacho solo lograba sacarlo de sus casillas con una facilidad inigualable y John no podía mantenerse a raya, nunca podía—. No lo repetiré otra vez, si yo mando algo, lo cumplen sin preguntar nada ¿Está claro?

Sam estuvo a punto de replicar, pero la mirada verde que cayó sobre él le obligó a contenerse y a regañadientes asintió. John alterno la mirada hacia Dean quien sin más tuvo que asentir igualmente.

—Muy bien —el hombre les dio la espalda y se alejó hasta uno de los sillones, más continuó hablando sin mirarles—. Ahora, tenemos trabajo que hacer.


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—¡También te extraño! ¿Cuándo regresas? —preguntó la rubia con una gran sonrisa, mientras sostenía el teléfono para escuchar al joven con quien hablaba.

Volveré pronto hermosa, lo prometo, y ni siquiera te darás cuenta del tiempo que pase.

—¡Más te vale! O terminaré por volverme loca sin ti —respondió con voz infantil y haciendo un puchero, lo que provocó la risa de Susan quien se encontraba secándose las manos junto al mostrador.

Otra risa se escuchó al otro lado de la línea y Dianne sonrió aún más. En ese instante Susan le indicó a su hija que la cena ya estaba lista y sin más se sentó en la mesa. La chica asintió y le hizo una seña para darle a entender que en un momento estaría ahí.

—Bueno, ya debo irme Tom, ¿Hablamos después, quieres? Cuídate mucho ¡Te quiero! —después de que el muchacho se despidiera y ambos colgaran, la rubia dejó el teléfono en su lugar y se apresuró a sentarse en la silla junto a Susan.

La mujer había prendido la televisión algunos minutos antes, poniendo el canal de las noticias el cual miraba con atención.

…en la carretera 28, donde se ha vuelto a reportar un auto abandonado sin señales del conductor por lo que se presume está desaparecido. Según fuentes confiables, el conductor de 34 años Zac Hudson hablaba con su esposa mientras el incidente ocurrió. La mujer asegura haber escuchado un grito antes de que la llamada con su marido se cortara y perdieran toda comunicación. Hasta este momento la policía no tiene ninguna pista de lo que pueda estar ocurriendo por lo que pide a todos los ciudadanos estén alertas y transiten con cuidado dicha carretera. Por otra parte se pide también la cooperación para dar cualquier información sobre el desaparecido y sobre los siguientes tres hombres que se mencionarán a continuación: Christopher Detroit, Ryan Benson y Mark Bynes, cuyos casos continúan abiertos y bajo investigación. En caso de tener cualquier tipo de…

—Es extraño… —susurró la joven, frunciendo el ceño y aún mirando el televisor.

—¿Qué es extraño cariño? —preguntó Susan un momento antes de tomar su vaso y llevárselo a los labios para darle un breve sorbo. Miró a su hija expectante, sin saber a lo que se refería y esperando a que la chica le contestara.

—Es la cuarta desaparición, en la misma carretera y curiosamente todos son hombres. Hace un mes fue la primera desaparición, lo sé porque lo leí en el periódico y todo parecía normal. Pero es apenas donde me parece raro, en primera instancia pensé que era un simple secuestro o cualquier otra cosa así, pero ahora… —Dianne no terminó la frase, pues Susan con la mirada de su hija pudo comprender lo que ella quería decirle y no cabía duda que era extraño.

—¿Estás segura? Podrían ser solo desapariciones o… —la chica no dejó que su madre terminara la oración, pues al instante había negado con la cabeza determinadamente.

—No mamá, estas no son desapariciones comunes y corrientes, algo las está causando, algo sobrenatural y estoy segura de ello, es… —su mirada fue a parar en algún otro punto de la mesa y los ojos se le oscurecieron por un instante, pareciendo aún más seria—…es un presentimiento.

La joven no tuvo que decir ni una palabra más. La mujer le creía a su hija totalmente y en dado caso que se tratara de un error, nunca estaba de más asegurarse, por lo que pondrían en marcha su propia investigación apenas terminaran la cena.

—Muy bien Dy, hoy mismo comenzamos a trabajar —Susan le dirigió una rápida mirada, justo para ver cómo la rubia asentía rápidamente en señal de que estaba totalmente de acuerdo. La mujer suspiró y volvió a concentrarse en su plato. Repentinamente el apetito se le había ido y ella sabía muy bien porqué. Una nueva cacería, nuevos riesgos. Pero estaría alerta en cualquier momento y haría hasta lo imposible por proteger a Dianne. Susan ya no estaba dispuesta a perder a nadie más en su familia.



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La cafetera recién conectada, daba a la habitación cierto calor que se expandía y el olor a café lentamente fue impregnando cada rincón de la cocina. John se había levantado hacía no menos de media hora y con rapidez, dejó la cama tendida y se dio una ducha, para finalmente arreglarse y bajar a la cocina para preparar café. La verdad es que no había dormido demasiado bien la noche anterior, no solo por el hecho de que había pasado la mitad de esta pensando sobre los cuestionamientos de sus hijos, sino además, había tenido que quedarse despierto para explicarles a sus hijos sobre el nuevo trabajo que tenían ahí, en Kansas.

El hombre, con un aspecto un tanto cansado sacó una taza de uno de los estantes y cuando la cafetera estuvo llena, se sirvió café hasta casi derramarlo. Sin importarle lo caliente que pudiera estar, le dio el primer sorbo y fue como si la energía que no había recuperado en la noche volviera repentinamente a él.

En ese momento Dean apareció en la cocina, seguido de su hermano. Sin mediar palabra ambos chicos hicieron lo mismo que su padre y antes de sentarse en la mesa, cada uno se preparó algo que pudieran comer con rapidez.

El silencio se instaló totalmente, pues ninguno de los Winchester quería comenzar la conversación, menos aún, Sam y Dean, pues ambos sabían que ninguna de sus preguntas tendría respuesta. Fue entonces cuando John se aclaró la garganta, para llamar la atención de ambos quienes le miraron al instante.

—Saldremos hasta la noche a investigar —dijo, en un tono que aseguraba ser una orden. Dean enarcó ambas cejas, pero no preguntó absolutamente nada. Sam, por el contrario, inmediatamente preguntó:

—¿Por qué hasta la noche? Creí que habías dicho que comenzaríamos la investigación apenas y el sol saliera ¿O no? —la mirada de Sam fue un tanto retadora, más mantuvo su tono de voz tranquilo, aunque por dentro deseara explotar.

—¿Volverás a cuestionar mis órdenes Samuel? —la mirada de John sobre su hijo menor fue helada, advertía. Pero antes de que el muchacho pudiera responderle, su padre se adelantó—. Iremos en la noche, antes ustedes dos tienen algo que hacer, así que les recomiendo se apuren porque hay muchas cosas que hacer.

—¿Qué cosas serían esas? —preguntó Sam, sin ninguna intención de iniciar una pelea, solo por simple curiosidad.

—Primero, traer sus cosas aquí y lo segundo, se los diré en el momento que lo crea conveniente.

Dean, quien hasta ese momento había estado en silencio solamente escuchando levantó la mirada para ver a su padre extrañado. Si, a Dean jamás le habían gustado los secretos de su padre, de eso estaba seguro.

—¿Para qué traerlas aquí? Da igual, de todas maneras no nos quedaremos mucho tiempo —dijo antes de darle una mordida al sándwich que se había preparado.

—En eso te equivocas, Dean. Ya que tanto deseaban seguirme, pues nos quedaremos aquí —las miradas de ambos chicos se tornaron confusas y Sam frunció el ceño, sin entender ninguno de los propósitos de su padre, mucho menos, porque el hombre ni siquiera les había explicado que hacía ahí y porqué los había enviado en otra dirección—. Pero ya es suficiente de preguntas, solamente obedezcan —y con esas simples palabras dio por terminada la conversación, para minutos después dejar la taza vacía sobre la mesa y salir de la cocina, para comenzar a prepararse.


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Dos pequeños pero decididos toques en la puerta fue la señal para ambos chicos para tomar valor y enfrentar lo que venía. No, a ninguno les gustaba la idea de lo que estaban a punto de hacer, pero había sido una orden y como estaban las cosas en estos momentos no les convenía mucho desobedecer.

—Existe el timbre ¿sabías? —dijo Dean, en un tono un tanto irritado antes de tocar el timbre. Sam resopló fuertemente y puso los ojos en blanco, más decidió pasar por alto el comentario y quedarse callado—. Maldición, ¿Estás seguro de que están? —preguntó el rubio y volvió a tocar el timbre.

—No Dean, no lo estoy, pero la gente no está detrás de la puerta esperando a que alguien toque para correr a abrir —el sarcasmo fue totalmente notable en la voz del menor, pero realmente no estaba de mucho humor para aguantar a su hermano. El otro muchacho le dirigió una mirada significativa y cuando estaba por responderle la puerta se abrió de golpe.

La chica rubia mantenía una sonrisa en su rostro y lucía radiante, alegre, nada comparado a la imagen de la noche anterior cuando Dean le había preguntado sobre el auto de su padre. Más cuando sus ojos se toparon con el rostro del rubio muchacho, Dianne hizo una mueca y suspiró.

—Hola chicos, uhm… ¿Qué los trae por aquí? —preguntó, mirando a Sam como si solamente a él le hubiera hecho la pregunta. Dean, al ver su actitud volteó los ojos y tuvo que hacer un esfuerzo enorme para tragarse la irritación del comentario.

—Hola Dianne, ¿Crees que podríamos pasar un segundo? —Sam la sonrió y pareció como si de pronto se olvidara de la mala mañana que había pasado y del encuentro de la noche anterior con su padre. Observó con atención como la joven fruncía el ceño, con la duda tatuada en los ojos y un segundo más tarde se encogía de hombros y le sonreía nuevamente.

—Claro, adelante —sin más se hizo a un lado para permitirle a los dos chicos pasar. Cuando Sam entró la rubia le recibió con un abrazo mientras que a Dean prácticamente lo ignoró. Una vez que ella cerró la puerta, les indicó que pasaran a la sala. Y como la noche anterior, los tres retomaron sus lugares—. ¿Sucede algo Sammy?

Al escucharle, los labios del joven se transformaron en una sonrisa más alegre y divertida. La verdad, es que solo a ella le podía pasar por alto que le llamara de esa manera.

—No es nada serio, no te preocupes —respondió con amabilidad, típica en él, antes de continuar—. ¿Está tu mamá?

Antes de que la joven pudiera responderle, una mujer pelirroja apareció por la puerta de la cocina sosteniendo una taza de café con ambas manos mientras les sonreía.

—¿Me buscaban? —Susan se acercó a la sala, donde tomo lugar en el sillón junto a su hija y antes de volver a mirarles, colocó su taza sobre la mesa de centro—. ¿En qué les puedo ayudar?

—Ehh, Susan, nosotros, queríamos… —Dean, que había tomado las riendas de la conversación de pronto se había quedado callado. Las disculpas no eran su fuerte, nunca lo habían sido y por supuesto que jamás lo serían. Así que, intentando obtener ayuda miró a su hermano sentado junto a él, diciéndole tan solo con la mirada que necesitaba un poco de ayuda. Sam comprendió al instante lo que su hermano necesitaba, así que se aclaró la garganta y volvió su mirada hacia las dos mujeres.

—Susan, Didi, queremos disculparnos por, bueno, lo que sucedió anoche.  No fue correcto haberlas hecho presenciarlo y mucho menos haberlo hecho en su casa —mientras el joven hablaba alternaba su mirada entre ambas y el suelo. Sí, estaba apenado ¿para qué negarlo? Ahora que Sam estaba calmado había comprendido lo incorrecto de sus acciones pasadas y por supuesto, que aunque John les hubiera ordenado que se disculparan, la disculpa era totalmente sincera.

—Lo sentimos —finalizó Dean, haciendo una mueca antes de verles.

Susan, quién les había prestado total atención les sonrió con delicadeza y se puso de pie, para acercarse a las muchachos.

—Quedan disculpados chicos, imagino que había demasiada tensión y por ello no fue fácil controlar la situación. Pero como sea, gracias por disculparse y el incidente queda totalmente olvidado.

Ambos se pusieron de pie, para recibir el abrazo de la mujer que no veían hace bastantes años. Dianne se levantó igualmente de su asiento y se colocó junto a Sam, a quien sonrió en gesto de que entendía la situación y también le disculpaba.

—Por cierto, bienvenidos, es bueno tenerlos cerca otra vez.

—También es bueno verlas nuevamente Susan —concluyó Sam, dando paso a otra conversación y dejando en el pasado lo que había ocurrido en la noche anterior.


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El sonido de un auto estacionándose a las afueras de la casa fue lo único que pudo sacar, por solo un instante, a Sam de su labor. Había pasado las últimas tres horas investigando sobre el nuevo trabajo del que su padre les había hablado la noche anterior. Debían darse prisa, o eso comentó John dado la situación de que ya eran cuatro los hombres desaparecidos. Así que después de no poder rechazar la invitación de Susan a comer, porque en realidad la mujer había insistido mucho, ambos jóvenes se pusieron a trabajar. Para cuando Dean dejó a su hermano en la casa, John ya no se encontraba ahí y como ya era costumbre, Sam comenzó la investigación a través de su computadora y con los pocos datos que tenía gracias a su padre, mientras que Dean fue el encargado de salir a preguntar a los conocidos y familiares de aquellos hombres, así como a la comisaría por si tenían algún tipo de información reciente.


—Mierda —dijo Dean por lo bajo una vez que estuvo adentro y revisaba con desesperación la bolsa de papel donde se alcanzaba a leer “McDonalds”—. Joder, no es posible.

Fue entonces cuando Sam levantó el rostro para mirar a su hermano con curiosidad. El muchacho al ver el rostro de su hermano no pudo evitar reír por lo bajo antes de finalmente preguntar:

—¿Qué? ¿Acaso no te fue suficiente con todo lo que comiste en casa de Susan? Pobre mujer, seguramente la harás irse a la quiebra —Sam rió nuevamente a lo que su hermano respondió con una mirada distante a ser amable.

—Ja,ja muy divertido Sammy —remarcó la última palabra, esta vez con toda la intención de fastidiar a su hermano, cosa que vio cumplida cuando Sam tornó su rostro a un gesto serio. Dean dejó de mirar a su hermano cuando su mano finalmente halló lo que había estado buscando dentro de la bolsa—. No te podías escapar de mi —dijo abriendo inmediatamente el pay de manzana que había comprado antes de volver a casa. Le dio una gran mordida y justo entonces se acercó a su hermano, quien aún buscaba algo en la computadora y le preguntó, con la boca llena—: ¿Tienes algo?

Sam volteó los ojos y una vez que pudo entender lo que Dean le había preguntado giró la pantalla para mostrarle lo que había encontrado.

—Aquí, según lo que papá nos dijo busque asesinatos recientes en la carretera y no encontré nada —la mueca que hizo al instante Dean alertó a Sam de próximo reproche de su hermano, así que rápidamente levantó una de sus manos para indicarle que no le interrumpiera, algo de pronto se le había ocurrido—. ¿Dean, los espíritus nacen por muertes violentas?

Dean tomo una silla cercana y la puso junto a su hermano, para sentarse y ayudar a su hermano. Antes de responder a su pregunta volvió a darle una mordida al pay y por consiguiente habló nuevamente con la boca llena.

—Sí, Sammy ¿Por qué lo preguntas? —cuestionó, mirándole con atención. Dean conocía esa mirada y sabía que Sam se traía algo entre manos—. Ayúdame a entender el misterio Scooby Doo.

Sam le dirigió una mirada significativa antes de volverse a la computadora y esta vez teclear “Suicidios” en vez de “Asesinatos”. Solo unos pocos segundos la computadora le mostraba un solo resultado, en el cual dio click y comenzó a leer.

—1981. Constance Welch saltó del puente Sylvania. Se ahogó en el río —el muchacho bajó un poco más la página para continuar pero Dean lo interrumpió.

—¿Dice por qué lo hizo? —Sam estuvo a punto de responder pero el molesto sonido de su hermano hablando con la boca llena le hizo detenerse un segundo para respirar profundamente y guardar la calma.

—Sí —dijo simplemente sin despegar la mirada de la pantalla. Fue entonces, que al continuar leyendo, su rostro obtuvo un matiz de sorpresa. Dean, quién había estado mirando a su hermano, enarcó una ceja y se aclaró la garganta antes de intervenir.

—¿Qué? —interrogó, finalmente hablando sin comida en la boca pues ya se había acabo el pay.

—Antes de morir llamó a emergencias —respondió Sam, medio atónito sin poder entender por qué lo había hecho. Más al leer más adelante, encontró la razón—. Sus hijos estaban en la tina. Los dejo solos y cuando regresó no respiraban. Ambos murieron. “‘Nuestros hijos se fueron y Constance no lo soportó’, dijo el esposo Joseph Welch” —el muchacho frunció el ceño, sin quitar la vista de la pantalla cuando de la nada giró el rostro hacia su hermano—. Dean, ¿Qué fue lo que encontraste?

Hasta ese momento, el mayor de los Winchester había olvidado por completo lo que horas antes había averiguado. Fue cuando su hermano le cuestionó aquello, que la memoria de Dean se reactivó.

—Pues, me han contado que por aquí se habla mucho de una leyenda local, más aún con las desapariciones —Sam asintió con la cabeza, dándole a entender que podía continuar—. Dicen que hace algunas décadas mataron a una chica en la autopista, supuestamente anda por ahí, pidiendo que la lleven a casa y quien acepta hacerlo, desaparece para siempre. Pero gracias a tu gran trabajo con la máquina del misterio resulta ser que se suicidó. ¿Ahora qué?

—Shh, espera —Sam no medió una palabra más y a cambio, comenzó a teclear rápidamente una nueva búsqueda. Lo había visto, por alguna parte había visto un caso parecido, tal vez hace mucho tiempo o tal vez no. Pero lo sabía, Sam tenía la respuesta a pesar que no la conociera en su totalidad. Fue entonces que sin pasar más de unos minutos, Sam finalmente dio un click para voltear la pantalla hacia su hermano.

—¿Qué? ¿Es tu novia? —mencionó Dean cuando observó la imagen que Sam le había mostrado, de una mujer un tanto esquelética y vestida de blanco.

—Tomate esto en serio solo por un segundo Dean —Sam nuevamente respiró profundo, calmando la irritación que Dean causaba con sus comentarios—. Se trata de la mujer en blanco, son espíritus que han sido vistos en muchos lugares, como Hawaii, México, Arizona e Indiana. Son mujeres diferentes pero tienen la misma historia: Cuando estaban vivas sus esposos les fueron infieles y las mujeres, sufriendo locura temporal asesinaron a sus hijos. Cuando se dieron cuenta de lo que habían hecho se quitaron la vida. Sus espíritus están malditos desde entonces y recorren caminos y ríos, buscando hombres, hombres que han sido infieles y los matan. Nadie los vuelve a ver.

—¿Estás seguro Sammy? Yo… —hizo una pausa, esta vez con un gesto interesado mientras alternaba su mirada ente su hermano y la computadora—, es decir, te creo, pero podría ser simplemente un espíritu más. Ni siquiera sabemos lo que papá encontró en la carretera —el muchacho no había terminado de decir aquello cuando su teléfono sonó. Lo sacó rápidamente del bolsillo de su chaqueta y contestó inmediatamente—. ¿Diga?

—Dean, ¿han encontrado algo? —preguntó su padre, en un tono que parecía un tanto inquietante.

—De hecho Sam acaba de hallar algo, pero no estamos del todo seguros.

—Cuéntame —el muchacho relató todo lo que su hermano le había dicho anteriormente, dando pausas para que su hermano agregara detalles que su padre debería saber. No fueron más de cinco minutos cuando John retomaba la conversación—. ¿Dice dónde están los restos de la mujer?

Dean le pidió a su hermano que revisara y al instante obtuvo una respuesta.

—Fue cremada —escuchó a su padre maldecir al otro lado de la línea y Dean miró preocupado a su hermano.

—Pon a tu hermano al teléfono Dean —el joven sin replicar nada más le entregó el aparato a Sam quien inmediatamente contestó—. ¿Muchacho, estás completamente seguro sobre la dama de blanco?

—No, papá, no lo estoy, solo es una teoría.

—¿Y dices que a todas estas mujeres le fueron infieles? De acuerdo Sam, ¿sabes si el esposo aún vive, su dirección? —su hijo le pidió que aguardara un momento y rápidamente volvió a la computadora. Un segundo después encontraba la dirección que su padre necesitaba.

—¿Tienes donde apuntar?


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Joseph Welch no tardó en abrir la puerta segundos después de que tocaran firmemente, por segunda vez en aquel día. El hombre de 49 años no sabía qué le había dado a la gente por darle visitas precisamente ese día. Con resignación abrió la desgastada puerta y al instante se encontró con un par de brillantes ojos verdes, una sonrisa amable y una rubia cabellera.

—¿Puedo ayudarle en algo? —preguntó cortésmente, aunque la verdad tenía pocas ganas de tratar con gente, mucho más después de que su anterior visitante, un hombre adulto y de cabello negro, hubiera aparecido aquella tarde y le hubiera hecho más de un par de preguntas extrañas, según esto, para un reportaje que hablaría sobre la muerte de su esposa.

—Buenas tardes, es usted ¿Joseph Welch? —el hombre asintió simplemente, para responder a la pregunta de la joven—. Mi nombre es Roxanne Malloy, soy reportera y quisiera hacerle algunas preguntas sobre lo sucedido con su esposa, si me lo permite señor.

Dianne le sonrió, intentando sonar en todo momento real. La verdad es que la chica cada que tenía que inventarse algo así intentaba dar lo mejor de sí para no levantar ninguna sospecha, porque realmente eso hacía más fácil su trabajo.

—¿Más preguntas? ¿Qué no ha sido suficiente con lo que le he dicho al otro reportero? —el hombre miró a Dianne con un tanto de sorpresa, no se le cruzaba en la cabeza ni una pobre idea de porqué los reporteros estaban tan interesados en el caso de su esposa siendo que habían pasado ya bastantes años de lo ocurrido. Más al parecer, el gesto de la rubia, que parecía no entender de qué otro reportero le hablaba, llamó la atención del hombre—. Un hombre alto, de ojos verdes, cabello negro corto, vestía una chaqueta de cuero…

—Oh, disculpe, le malentendí por un instante. Sí señor, se trata de mi compañero, justo él me ha enviado para confirmar los datos que le había dado esta tarde —la chica sonrió, siguiéndole el juego aunque tenía bastante claro de quien estaban hablando. John Winchester seguramente, ya habría notado lo que sucedía con las desapariciones. Pero las Holls no podían dejar el caso a menos de que estuvieran totalmente seguras de que ellos ya sabían de lo que se trataba.

—¿Tengo que volver a repetirlo? Fue muy extraño, para empezar me hizo preguntas muy extrañas, como donde estaba enterrada mi mujer —era totalmente claro que a aquel hombre no le agradaba en lo absoluto el tener que mencionar aquel tema y si Dianne hubiera podido, lo habría evitado a toda costa, pero era realmente necesario tener toda la información disponible.

—¿Y eso dónde fue? —el hombre volvió a mirarle con extrañeza, por lo que la chica sonrió para intentar darle seguridad—. Solo confirmo los datos.

—Constance fue cremada y las cenizas están en un lote cerca de nuestra antigua casa –la chica asintió brevemente y para adentrarse más en su actuación de reportera, anotó aquel dato en una pequeña libreta que había llevado.

—De acuerdo, señor, ¿Alguna vez volvió a casarse? —el hombre negó con la cabeza, más cuando Dianne creyó que él hombre no respondería abiertamente y se preparaba para la siguiente pregunta, Joseph Welch contesto finalmente.

—No, Constance fue y será el único amor de mi vida —la sonrisa que se pintó en los labios de la joven fue cálida, alegre, después de escucharle decir aquello.

—¿Tenían un matrimonio feliz?

Y a pesar de la sonrisa, esa pregunta no tuvo respuesta.


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Después de la llamada de su padre, donde éste les confirmaba lo que Sam sospechaba, Dean condujo con rapidez a la carretera donde habían acordado verse con su padre. No fue demasiado largo el trayecto aunque ya había comenzado a oscurecer y una vez que llegaron ahí, el sol había terminado de ocultarse.

—¿Es aquí donde desaparecen papá? —fue lo primero que preguntó el mayor de sus hijos apenas y bajo del auto. Su padre negó solamente para continuar examinando el lugar.

—Es aquí donde han sabido lo último de ellos. El último hombre perdió contacto con su esposa con la que hablaba por teléfono en este punto. Pero imagino que no es aquí donde desaparecen, así que conduciremos un par de metros más adelante para ver si encontramos algún rastro de ellos. Quiero que vayas adelante Dean. —y con aquella orden John se subió a su camioneta y espero a que sus hijos volvieran al Impala y se le adelantaran como les había dicho.

Dean encendió el auto y apenas se colocó enfrente de su padre, el auto se apagó. El chico maldijo por lo bajo al momento que intentaba prenderlo otra vez, pero fue totalmente inútil. Después de más de cinco intentos terminó bajándose para revisar el motor, a lo que su padre dejó su auto para ayudarle también.

—Sammy necesito que te sientes en el lugar del piloto y que intentes prender el auto —el chico a regañadientes terminó haciendo lo que su hermano le pedía y cuando éste se lo indicó, el muchacho giró la llave y sin más problemas el auto prendió. Dean cerró el cofre, más cuando todos decidían volver a sus autos para iniciar con la investigación los tres se percataron que no estaban solos. Una mujer de largos cabellos negros, pálida y aun así hermosa se encontraba sentada junto a Sam, mirándole.

—Llévame a casa —pidió la muer a lo que el chico rápidamente se negó.

—No.

—Llévame a casa —repitió, esta vez con más determinación. Sam le respondió de la misma manera y antes de que su hermano y su padre pudieran intervenir para ayudarle, los seguros del auto se bajaron y el auto, repentinamente, comenzó a andar por sí solo. Dean y John tuvieron que hacerse a un lado para que el Impala no los atropellara e inmediatamente subieron a la camioneta de John para seguir a Sam.

Por más intentos que Sam hizo para detener el coche o simplemente abrir una puerta, no pudo. Así que finalmente soltó el volante del auto, el cual corrió con mayor velocidad hasta detenerse lentamente en una desviación de la carretera, donde se encontraba una casa vieja y en ruinas. Sam miro a la mujer por el vidrio retrovisor, sabiendo lo que vendría a continuación.

—No lo hagas —dijo, en un tono lento y calmado, pues sabía que de lo contrario no provocaría sino su misma muerte.

—Nunca podré volver a casa —fue lo que dijo la pelinegra, sin prestar atención a lo que el muchacho le había pedido.

—Tienes miedo de ir a casa —solo en ese momento Sam comprendió lo que sucedía, pero antes de que siquiera pudiera intervenir la mujer de la nada había desaparecido. El chico volteó en todas direcciones y cuando volvió su mirada hacia el asiento del copiloto, se la encontró nuevamente. La mujer inmediatamente se le acercó, intentando besarlo, más el muchacho se apartó sin pensarlo, sin caer en su juego.

—Hace frío, abrázame —murmuró la mujer, intentando nuevamente acercarse a Sam, pero el chico volvió a retirarse—. Abrázame.

—No puedes matarme —dijo el muchacho, aun luchando por alejarse—. Yo no soy infiel, nunca lo he sido.

Ella se le acercó entonces, justo lo necesario para poder tomarle del rostro y susurrarle al oído:

—Lo serás —y sin más, la mujer acercó su rostro al de él, para besarle. Sam en ese momento intentó alcanzar las llaves del auto, intentó abrir una de la puerta, cuando de pronto ella desapareció. El joven se quedó atónito, recobrando la respiración. Pero no duró mucho el alivio, porque de pronto, un dolor en el pecho le hizo moverse de un lado a otro y sofocar los gritos. Ella apareció otra vez, ahora, traspasando con su mano el pecho del chico y apretando con fuerza el corazón de éste. Sam pudo jurar que aquel sería su fin, que ella iba a matarlo y que su hermano y su padre no llegarían a tiempo para ayudarlo.

Pero se escuchó un disparo.

Los vidrios del Impala se hicieron añicos cuando las balas lo atravesaron para dispararle a la mujer. Entonces, Sam pudo recobrarse finalmente y al saber que aquello no sería suficiente para matarla, decidió hacer un último intento y echar todo a la suerte. Sam tenía un presentimiento, quería intentarlo y sabía que no perdería nada con hacerlo.

—¿Quieres ir a casa? Yo te llevaré a casa —e ignorando a su padre y a su hermano que continuaban disparando, Sam encendió el auto y piso a fondo el acelerador, llevando el auto hasta la casa e impactando contra los viejos muros de madera para entrar. John y Dean corrieron al instante para ayudar a Sam, a quien no lograban visualizar por las grandes cantidades de polvo que el choque había provocado.

—¡Sam! —gritó Dean, siendo el primero en entrar a la casa y dirigirse a donde estaba su hermano. Rodeó el auto para abrir la puerta y ayudar a su hermano a salir—. ¿Estás bien? —Sam no tuvo tiempo de responder, porque la simple imagen de la mujer de blanco acercándoles le dejó congelado. Su padre entonces llegó a colocarse junto a ellos y cuando estaba por disparar la escopeta que estaba cargada de sal, su hijo menor le detuvo, señalándole lo que ocurría en las escaleras.

Agua, agua había comenzado a correr sin ninguna explicación y la mujer pronto se vio más interesada en algo que se encontraba al final de la escalera. Fue entonces cuando los vieron, a ambos niños, que aparecieron repentinamente junto a la dama. La mujer les miró horrorizada y sin tener ninguna manera de escapar, ambos niños le abrazaron.

—Por fin estás en casa mami —dijeron los dos al mismo tiempo y entonces, solo entonces, la mujer gritó. Una luz extraña comenzó a brillar cuando los niños le abrazaron con fuerza y a pesar de la resistencia que había puesto la mujer, los tres desaparecieron. Esta vez, para siempre.

—Los niños, ellos… —comenzó Dean y Sam asintió con la cabeza.

—Se la han llevado. Es por ello que no quería volver, porque los mató y ellos buscarían venganza. Ha terminado —suspiró finalmente y sintió como el alma le volvía al cuerpo.

La mirada de ambos chicos recayó en John, quien después de borrar el gesto de preocupación de su rostro, extendió una sonrisa por sus labios y se les acercó.

—Me alegra que estén bien.

Por primera vez desde que se habían vuelto a encontrar, el hombre era amable. Ya había pasado la tormenta y por fin, una calma se instalaba entre ellos. La verdad, es que John odiaba ser tan duro con sus muchachos, pero no podía evitar serlo en ocasiones y más cuando éstos le desobedecían. El hombre, lleno de orgullo al ver a sus hijos, les abrazó solo por un segundo y se sintió en paz cuando se percató de que ambos se encontraban bien.

—Demonios Sam, ¡Mira lo que le has hecho a mi auto! —gruño Dean soltándose inmediatamente del abrazo para ir a revisar el coche. Tanto Sam como John, al ver su expresión rieron sin parar—. Pagarás por esto, Sasquash.


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—Dianne, cielo, debemos irnos —susurró Susan, mientras movía con delicadeza a su hija que parecía perdida en las nubes.

La chica giró el rostro para mirarle, aún en su estupor y sin creer lo que había visto minutos atrás. Pero la joven no se encontraba sorprendida por el hecho de que su teoría sobre la dama de blanco fuera acertada, mucho menos por el hecho de haberla visto desaparecer finalmente. Dianne se había sorprendido por un factor distinto, algo que sin dudas jamás podría olvidar, la escena de Dean disparándole al espíritu para salvar a su hermano. Y es que jamás, jamás se lo habría esperado, no después de haber conocido al chico arrogante y mujeriego que era Dean Winchester, aquel muchacho que solo se preocupaba por él mismo, aunque la rubia estaba equivocada.

—Mamá, debemos… —la pelirroja negó con la cabeza determinantemente y cortándole la oración a su hija.

—Debemos irnos Dy, todo está arreglado ahora, ya no es necesario que nosotras tengamos que intervenir —la mujer se dio media vuelta, cuando su terca hija volvió a insistir.

—Pero…

—Nada, cariño, es hora de irnos.

Y sin entender absolutamente nada, sin comprender por qué su madre se rehusaba a salir al encuentro con los Winchester, sin tener la mínima idea de porqué cuando habían llegado ahí y se habían encontrado con los tres hombres Susan le ordenó que se escondiera; Dianne simplemente asintió y siguió a su madre, sin preguntar más sin cuestionar más. Quedándose simplemente impregnada de la manera en que Dean había protegido a Sam y el cómo aquel simple hecho cambiaba su perspectiva del muchacho. Quedándose con las miles de dudas y las millones de preguntas, las cuales su madre no le iba a responder.

O al menos, no aún.