Memories {Cap.3}
Sam se dirigía al restaurante Walker’s, para comprar el desayuno, ese lugar tenía la mejor cocina de todo el estado.
El sonido de la campanilla de la entrada llamó la atención de la chica rubia que estaba acomodando las sillas.
—Hola Sam, llegas temprano… todavía falta una hora y media para clases —dijo Dianne mirando el reloj.
—Hola Didi, lo que pasa es que hoy me tocó venir por el desayuno a mí —decía el muchacho mientras se acomodaba en la barra.
Al oír voces, Susan salió de la cocina para ver con quién hablaba su hija, al ver al muchacho lo saludó con una sonrisa.
—Buenos días Sammy, ¿vas a llevar lo de siempre? —le preguntó mientras se limpiaba las manos en el delantal que llevaba sujeto a la cintura—. ¿O quieres que te prepare algo diferente? —la mujer sabía de sus gustos.
Susan Holls conocía al chico y sabía que tanto él como su hermano tenían predilección por los waffles al contrario de su padre.
—¿Que te parecen unos waffles con zarzamoras para ti y unos con tocino para Dean? —le preguntó, conociendo de antemano la respuesta.
La sonrisa del muchacho se ensancho, dejando ver los hoyuelos que se le marcaban en las mejillas.
—¡Suena estupendo Susan! Para papá va a ser lo mismo de siempre… —dijo volteando los ojos.
John Winchester era un hombre de rutinas, todos los días tomaba fruta, huevos y café negro.
Mientras su madre iba a preparar los alimentos, Dianne decidió hacerle compañía a su amigo. Eran amigos desde hacía diez años, se habían conocido cuando los tres chicos iban a la escuela Truman de Lawrence. Dianne recordaba muy bien el día que había conocido a Sam Winchester, era el chico nuevo de la escuela y todos decían que él y su hermano Dean eran raros.
Un chico del grupo de Sam, Dirk McGregor, siempre molestaba a los más pequeños y ese día le toco a la pequeña Dianne. En el descanso la estuvo molestando hasta que apareció Sam, quién la defendió golpeando al otro grandulón. En ese momento llegó para separarlos el profesor de los dos niños, el señor Wyatt, desgraciadamente su defensor fue llevado junto con el otro chico a la oficina del director.
La niña sentía que era su deber ayudarlo explicando lo que había sucedido por lo que los acompaño.
El director había llamado a los padres de ambos chicos para explicarles que no podían permitir ese tipo de comportamiento en la escuela. Sammy sabía que su padre no era el más feliz con ese asunto por su mirada, pero cuando la niña le explicó lo sucedido, su mirada se llenó de orgullo.
—¿Así que la pelea fue por defender a esta hermosa jovencita, Sammy? —le preguntó su padre, mirando a la niña rubia de coletas que lo observaba con expresión seria.
—Sí, Señor… no podía permitir que… —tratando de justificar su comportamiento ante su padre.
El hombre levantó una mano interrumpiendo su explicación mientras le sonreía.
—Sammy, tranquilo, no estás en problemas, de hecho, me siento muy orgulloso, nunca debes permitir que abusen de nadie y menos de una señorita tan bonita —le dijo alborotando el cabello del chico.
En ese momento un hombre alto y bien parecido llegó corriendo.
—Princesa, ¿estás bien? Me dijeron que estuviste involucrada en una pelea ¿qué pasó? —las palabras se tropezaban al salir de su boca mientras revisaba a la niña frente a él.
El hombre junto a él, le explico lo sucedido.
—Entonces, ¿este es el caballero que defendió a mi princesa? Pues te estoy muy agradecido jovencito. Mi nombre es James Holls y ella es mi hija Dianne —dijo extendiendo su mano al hombre junto a él, suponiendo que era el padre del chico por la manera protectora con qué hablaba de él.
El hombre junto a él, lo miró fijamente, había algo familiar en el hombre más joven, estaba seguro de conocerlo.
—John Winchester, estos son mis hijos, Sam y Dean —señalando con la cabeza a los dos chicos junto a él, estrechando la mano que le ofrecía el padre de la niña—. ¿Por qué tú nombre me es familiar… estuviste en el cuerpo de marines, no serás Jimmy Holls? —le preguntó.
El detective al escuchar eso amplio su sonrisa.
—Si… ¡No me digas que eres ese Winchester! ¿Cuánto tiempo ha pasado John? Chicos, su padre y yo estuvimos juntos con los marines, claro que como yo era más joven, tenía que seguir sus órdenes, ¿sigues igual de mandón? — bromeando al otro hombre ante la mirada sorprendida de los tres chicos.
Mientras los adultos se ponían al día en los sucesos después de que se separaron hacía varios años, Dean le guiño un ojo a Sam.
—Hey, Sammy… ¿no me vas a presentar a tu novia? —molestaba Dean a su hermanito de doce años, recibiendo una mirada de reproche de parte de los dos niños junto a él.
Desde ese día, los dos niños se volvieron inseparables, hasta el día en que los chicos Winchester tuvieron que marcharse tiempo después.
Susan salió de la cocina, llevando en una mano una bolsa con los alimentos y en la otra un termo con café.
—Sammy, por favor recuérdale a tu padre que quedaron de venir a cenar hoy por la noche —le dijo la mujer mientras le entregaba el paquete.
—Sí Señora, estaremos aquí a la seis en punto. Didi paso en una hora por ti, nos vemos Susan —dijo con una sonrisa mientras salía del lugar.
Una hora después puntual como siempre, llegó el muchacho por su amiga, ambos adoraban la universidad, Sam cursaba el último semestre del propedéutico para Leyes y a Dianne le faltaba un año para graduarse. Había decidido estudiar Criminología, sabía que eso sería de gran utilidad en las cacerías. Ella y su madre llevaban una doble vida, para toda la gente, Susan Holls era la joven viuda de un policía, dueña de un restaurante y su hija Dianne de 21 años una estudiante sobresaliente; pero en la noche la historia era diferente ya que secretamente se dedicaban a la cacería de seres sobrenaturales.
La joven odiaba no poder compartir con su amigo su secreto, y más aun sabiendo que los dos compartían el mismo tipo singular de “educación”. Cada ocasión que le preguntaba a su madre al respecto, siempre recibía la misma respuesta, un rotundo “No”.
La chica sentada en el automóvil, recordaba la última ocasión que habían discutido el tema.
—¡Pero mamá, ¿por qué los Winchester no pueden saber que somos cazadoras? ¿por qué no pueden saber al respecto? ¡Son nuestros amigos, sabes que podemos confiar en ellos, sería más fácil y podríamos cazar con ellos! —se quejaba la muchacha mientras secaba los platos delante de ella.
—Ya lo hemos hablado muchas veces y la respuesta sigue siendo no Dy por favor, tengo mis razones, algún día te las contaré pero mientras te pido que confíes en mí— le dijo volteando a verla, tratando de mantener la calma pero sabía que se avecinaba una tormenta, conocía el carácter explosivo de la muchacha.
—Siempre me dices lo mismo, qué confíe en ti pero nunca me dices nada, por qué no pueden saberlo, tío Bobby lo sabe. ¡Maldición Susan, eres tan injusta, si papá viviera, él me apoyaría! —gritó mientras arrojaba sobre la mesa el trapo que tenía en las manos.
Se arrepintió en el mismo instante en que las palabras salieron de su boca, sabía que el utilizar a su padre era un golpe bajo.
—Dianne Nicole Holls, es la última vez que me hablas así jovencita, cuida tu boca y cambia tu actitud de niña malcriada si sabes lo que te conviene, tú padre no está aquí y espero obediencia y respeto de ti, por cierto para ti soy mamá no Susan, fin de la discusión, ¿quedo claro? Vete a tu cuarto —la regaño.
La muchacha corrió a su habitación furiosa.
Susan estaba molesta, no podía creer que su hija utilizara la muerte de su padre para convencerla. Sabía que la chica lo extrañaba terriblemente, habían pasado ya casi cuatro años de la muerte de su amado James y todavía le dolía su recuerdo.
Dianne pensaba, mientras observaba a Sam conducir rumbo a la universidad. Esa discusión con su madre le había costado dos semanas de tareas extras en la casa y el restaurante, como castigo. Sabía que era mejor no volver a tocar el tema, era como caminar sobre hielo muy delgado.
Una vez que Susan Holls tomaba una decisión no había forma de hacerla cambiar de opinión, sólo una persona lo lograba, su padre. Bastaba una sonrisa o una mirada de aquellos hermosos ojos verdes y la terquedad de la mujer se desvanecía.
Ella y James Holls habían estado casados por 18 años hasta aquel día en que unos demonios lo habían emboscado en una cacería.
Para James, su familia lo era todo pero en especial su hija, por la cual sentía adoración, era “la pequeña princesa de papá”, como solía llamarla desde el día en que nació, siempre existió un vínculo especial entre padre e hija. Era amigos de juegos, cómplices en las travesuras, en las cuales casi siempre Susan era su objetivo.
—A veces más que su padre pareciera que tienes su misma edad y que yo en lugar de una hija de 6, tengo dos niños de la misma edad en casa —solía regañarlo Susan fingiendo enojo mientras él la abrazaba, adoraba escuchar las risas de los dos seres que más amaba.
Recordaba Susan mientras preparaba la cena para esa noche, lasaña y papas al horno, la cena favorita de su hija. Pronto sería el aniversario de la muerte de su padre y sabía que para la joven eran fechas difíciles.
Subió a su recámara para arreglarse, mientras estaba sentada frente a su tocador cepillando su rizado cabello recordaba la época en que su hija era pequeña.
La pequeña Dianne, en cuanto oía que se estacionaba la camioneta azul de su padre, dejaba inmediatamente lo que estuviera haciendo para salir corriendo a su encuentro y arrojarse en sus brazos. El hombre la levantaba y la colocaba en sus hombros mientras corría y brincaba imitando a un caballo salvaje, mientras la niña reía, tiraba de los castaños cabellos como si fueran riendas.
James era el encargado del entrenamiento de la niña como cazadora.
—Princesa, tienes que subir la guardia, no dejes nunca que te sorprendan —le decía mientras luchaban.
Los entrenamientos casi siempre terminaban de la misma forma, ambos rodando por el suelo, mientras el joven detective “atacaba” a su hija con una serie de cosquillas.
—Papi, eso es trampa… ¡Mami, ayúdame! —gritaba la niña mientras reía y se retorcía tratando de evitar las manos de su padre.
Una lágrima resbaló por la mejilla de Susan, bajó la mirada y se percató de que tenía aferrada entre sus manos una fotografía que le había tomado Dianne a su padre, mientras estaban de vacaciones en Australia y la niña apenas tenía cinco años. El hombre le sonreía a la cámara.
La mujer limpió su rostro y arregló su maquillaje, no quería que su hija la viera llorar, tenía que ser fuerte por su familia.
Eran las seis en punto cuando sonó el timbre de la entrada, la muchacha corrió a abrir la puerta, dejando pasar a los recién llegados.
La cena transcurrió tranquilamente, la conversación giraba en torno a los últimos eventos en la universidad, mayormente los que hablaban sin parar eran Sam y Dianne. John observaba divertido la cara de aburrimiento de su hijo mayor que trataba de mostrar interés en lo que contaban los más jóvenes.
Al finalizar la cena, Dean se dirigió a Susan con aire solemne.
—Susan ¿te molestaría si llevo a Dianne al cine? Están estrenando una película muy buena, prometo traerla a casa temprano —prometió el joven, dándole su mejor sonrisa.
La cazadora pensaba que el joven podía ser encantador cuando se lo proponía.
—Está bien Dean, sólo recuerden que mañana tienes clase temprano Dy, ¿tú también vas Sammy? —le preguntó al muchacho que se encontraba al otro lado de la mesa.
—Eh… no, yo tengo que irme a estudiar, mañana tengo un examen —contesto mirando de reojo a su hermano mayor, sabía que Dean quería estar a solas con la chica.
Cuando estaban ya por salir, John le gritó a la muchacha.
—¡Hey Fierecilla!... te encargo a mi muchacho —el cazador no pudo evitar el gastarle una broma a su hijo.
Provocando la risa de todos al ver la reacción de Dean quién sólo volteo los ojos.
—¿Quieres que te llevemos a casa, Sammy? —le preguntó a su hermano menor, mientras el otro chico negaba con la cabeza.
—Gracias, prefiero caminar, cené demasiado y Dean… es Sam— le decía lanzándole una mirada de reproche.
John llevó el café a la sala mientras que Susan llevaba los platos de la cena a la cocina. Al entrar en la habitación, notó que el cazador sostenía una fotografía y reía divertido.
—¿Qué es tan gracioso? —le preguntó sonriendo, mientras se acomodaba en un sillón individual frente a él.
—Pensaba en la actitud de nuestros hijos, ambos se gustan pero son lo suficientemente testarudos para admitirlo y nuestro “pequeño” casamentero, mira que fingir un examen para no ir con ellos… Y por cierto y el “pequeño” Tommy ¿Dónde está? —la risa le impidió continuar.
La alusión a la palabra pequeño para Sam y Tom, hizo que Susan también riera.
—¿Cuánto mide tu “pequeño”, 1.90 John? —le dijo sonriéndole.
—El niño mide 1.93, realmente espero que a sus veintidós años, no siga creciendo. A veces cuando hablamos, tengo que decirle que se siente, por qué si no, juro que voy a acabar con dolor de cuello —contestó divertido, mirándola a los ojos.
—Lo mismo me pasa con Tommy el mide 1.91, está de vacaciones con sus abuelos en Florida —le contesto ella, con los ojos brillándole por la alegría.
Esa mujer tenía los ojos azules más hermosos que John jamás había visto, eran del color del mar, pensó, dándole un sorbo a su café, mientras la observaba. Susan Holls definitivamente era una mujer hermosa, al igual que su hija quién se había convertido en una joven muy atractiva.
Un silencio incómodo reino en la habitación.
—¿Recuerdas hace algunos años, como a Dean le gustaba molestar a Dy? Le jalaba el cabello, se burlaba de cómo la llamaba Jim, decía que era una mocosa consentida. Siempre he pensado que ese par, algún día van a acabar casados —le decía Susan mientras distraídamente se acomodaba un mechón cobrizo tras la oreja.
—Me encantaría eso Sue, tú sabes que quiero a la Fierecilla como si fuera mi hija. ¿Sabes en que pensaba, el incidente de la pata de conejo, lo recuerdas? — le decía mientras veía nuevamente la fotografía en sus manos, era una que les habían tomados a los chicos.
—Como poder olvidarlo, creo que Jim y yo nunca estuvimos tan asustados en nuestras vidas, como cuando Dy desapareció junto con tus hijos, por lo menos Tommy no estaba, fue antes de que regresara del Colegio Eton en Inglaterra —dijo riendo la mujer mientras recordaba ese día.
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Flashback
John se encontraba fuera del pueblo y los Holls se habían ofrecido para cuidar de los chicos, algo que a Dean no le hacia ninguna gracia, ya que el adolescente sentía que se podía cuidar solo, después de todo tenía 16 años y era todo un cazador. No le gustaba la idea de tener que rendirle cuentas de a dónde iba o a qué hora, a nadie. Los Holls le caían bien pero tener que soportar el constante parloteo sobre libros, de la hija de ellos, era demasiado ya con Sammy era suficiente.
Para Sammy era otra historia, le encantaba estar con ellos, sentía que era como tener una familia completa, la señora Holls le preparaba la comida que sabía que a él le gustaba, lo arropaba en las noches y lo abrazaba frecuentemente, el señor Holls jugaba con él y con Didi y se interesaba por las cosas que le contaba.
No es que a su papá no le interesará pero casi nunca tenía tiempo, siempre estaba ocupado con sus investigaciones o con las cacerías.
Un día que estaba aburrido, se encontró la llave de la bodega, donde su papá guardaba algunas cosas. Nunca había entrado y le dio curiosidad ver que había dentro así que acompañado de Didi, decidió entrar.
Había varias cajas con símbolos pintados en ellas, cerradas con candados, armas de todo tipo, hasta cosas de ellos como su primer trofeo de football o el primer rifle de Dean. Mientras curioseaban, encontraron una sin candado pero solo había dentro una pata de conejo.
A Dean le extraño no oír el parloteo de los niños por lo que decidió ir a ver que hacían.
—Mira Sammy, dicen que es de buena suerte encontrar una pata de conejo —decía la niña mientras la tomaba de la caja.
—No va ser de muy buena suerte para ustedes si papá se entera que anduvieron metiéndose con sus cosas —le dijo Dean sorprendiendo a ambos niños.
—Si papá la dejó aquí, seguro no es muy importante —dijo el niño tratando de esconderla pero el adolescente fue más rápido y se la quito de las manos.
Sammy lo miró frunciendo el ceño, mientras Dean la metía en su bolsillo. Sabía que su hermano le daría otro uso.
El muchacho saco a empujones a los dos niños de la bodega, cerrando tras de sí la puerta con llave, al niño se le había olvidado quitarla de la chapa.
Para Dean empezó su racha de buena suerte al encontrarse tirado un billete de cien dólares.
—Vaya, esto de la pata de conejo es real —pensó mientras se dirigía a la tienda más cercana para comprar boletos de lotería instantánea.
Desgraciadamente para los otros dos niños, todo empeoró.
Ambos chicos decidieron olvidarse del asunto y regresar a la casa de la niña para jugar, enfrente de la casa, Didi se cayó y se raspó ambas rodillas, por lo que tuvieron que entrar en la casa para que su madre la curara.
A la mañana siguiente, mientras se encontraban en la escuela, a Sammy durante la clase, el profesor Wyatt le dio los resultados de un exámen. Había reprobado, para su sorpresa, el niño estaba seguro que había pasado.
Con la niña no fue diferente, durante el almuerzo una compañera le derramó encima de su vestido preferido, salsa de tomate del espagueti.
Para cuando Dean pasó a recogerlos, ambos chicos estaban malhumorados, ninguno de los dos le dirigió una palabra.
Al dar la vuelta al Impala para tomar la calle principal, de repente el automóvil se apagó.
Los tres chicos se extrañaron ya que John siempre tenía el motor en perfectas condiciones. Instintivamente, Dean metió la mano en el bolsillo de su chamarra, la pata de conejo no estaba, comenzando así su mala suerte.
Extrañado de todos los sucesos, Dean decidió preguntarle a la única persona que podía saber que ocurría, el tío Bobby.
Sin decirle que habían sacado el objeto de su caja, le preguntó si existía alguna maldición respecto a este.
Bobby, le explicó que la pata de conejo daba muy buena suerte al que la tuviera, pero que en cuanto la perdía se tornaba en todo lo contrario y moría en una semana.
También le comentó que era un objeto encantado por una hechicera de Baton Rouge Louisiana, para matar.
Dean guardo silencio, sentía un nudo en la garganta del tamaño de una toronja, esto al cazador al otro lado del teléfono le llamó la atención.
—¡Por favor Dean, dime que ninguno de los dos la sacó de su caja! —le dijo alterándose, el amigo de su padre. El muchacho se sobresaltó cuando lo escuchó gritar al otro lado de la línea al no recibir respuesta.
—¡Muchacho idiota, todo mundo pierde la pata, tienes que recuperarla lo antes posible, mientras yo busco la forma de romper la maldición… me escuchaste! —le gritó.
—S-sí, Señor, pero… ¿podemos mantener esto entre nosotros? —le preguntó mientras escuchaba que se cortaba la llamada.
Se dio vuelta mirando a los dos niños.
—Espérenme aquí, voy corriendo a la escuela y regreso. No toquen nada ni hagan nada, ni siquiera se rasquen la nariz, ahora vengo —ordenó el chico, echando a correr en dirección de la escuela.
En el instante que se fue, a ambos chicos les comenzó a picar la nariz, por más que quisieron no pudieron evitar el rascarse.
Habían pasado dos horas desde que Dean se había marchado y los dos niños ya estaban desesperados, Sammy decidió que no pasaría nada si encendía la radio pero a los pocos minutos, comenzó a salir humo.
Ambos salieron del auto asustados sin saber qué hacer, en ese momento apareció Dean con la pata.
Mientras Dean le llamaba nuevamente a Bobby para saber si tenía noticias, al otro chico se le atoró el zapato en una rejilla, los dos niños trataban de zafarlo pero en ese momento, el zapato se fue por ella, cayendo los dos al suelo.
—La única forma de hacer el ritual para romper la maldición, es quemándola en un cementerio, en noche de luna llena en viernes trece, que casualmente es hoy, por lo que asumo qué la recuperaste… y Dean, cuida al par de mocosos —le explicaba el cazador.
El adolescente pensó que ya que iban a ir hasta la noche al cementerio, lo mejor era que los tres comieran algo, por el ruido de los estómagos de los chicos, intuyó que tendrían hambre. Al ver la cara de los chicos supuso que algo más ocurría—. ¿Qué pasa Sammy? —le preguntó a su hermanito, quién mordía su labio inferior nerviosamente.
—Perdí mi zapato— le contestó en voz baja avergonzado. Bajo la mirada y al ver que efectivamente el niño solo traía uno, se echó a reír.
Eran cerca de las dos de la madrugada, los tres chicos agachados, miraban como se quemaba en el fuego el objeto, habían echado al fuego pimienta cayena y cenizas, cuando dos sombras salieron a su encuentro.
Al sentir las presencias, levantaron la mirada.
—¡Hijo de puta! — gritó asustado Dean, cayendo sentado al suelo.
Los dos niños lo miraron sorprendidos.
—¿Perdón… qué me dijiste? —le dijo John mientras se le acercaba amenazadoramente, apretando los dientes.
—N-No, s-señor… lo siento —tartamudeo Dean, mientras veía a su padre.
Sammy tenían los ojos fijos en el cazador, su expresión parecía la de un venado deslumbrado por los faros de un auto. Sabía que la presencia de su padre ahí, no podía significar nada bueno, por lo menos para ellos.
—Hola Papi… —dijo Dianne, dándose cuenta del ceño fruncido en la cara del detective.
—¡No me salgas con “Hola Papi” Dianne Holls! —le dijo James, el hombre no estaba ni de humor ni con suficiente paciencia.
Los tres chicos se dieron cuenta que lo que hicieron no sería bien visto por ninguno de los dos furiosos padres.
—¡Al auto…Ahora! —gritó John, señalando el vehículo.
Mientras James se dirigía al Impala negro con los chicos, John revisó el fuego, al darse cuenta de qué la pata de conejo se había quemado, lo apagó.
John conducía el auto, seguido por James en su camioneta, de vez en cuando miraba por el retrovisor, a los tres asustados chicos, sentados en el asiento trasero.
Al verlos entrar en la casa, Susan estuvo tentada de correr a abrazar a los tres chicos, estaba aliviada de que estuvieran bien, pero al ver la cara de los dos hombres, se contuvo.
Los tres chicos tomaron asiento en el sillón de la sala en silencio, tenían la vista fija en el suelo.
La joven mujer decidió que lo mejor, era dejar a los dos hombres lidiar con la situación y se retiró a la cocina a preparar café.
Los dos hombres estaban de pie frente a los niños, ambos cruzaron los brazos en el pecho, mirando sus reacciones.
—Así que… ¿anduvieron de aventuras…? —les preguntó James, mirándolos fijamente.
—…con mis cosas —añadió John, pasando su mirada de Dean y su expresión inocente, Sammy con la de víctima y Dianne con ojos de cachorro asustado.
La niña nunca había visto a su padre tan enojado.
—¿Bien? Estamos esperando —dijo James levantando una ceja.
—La Señora Holls me llamó cuando no regresaron después de la escuela Dean, son más de las dos de la mañana y estamos esperando una explicación, ¿Samuel? —insistió John.
Ninguno de los tres decía nada seguían con la cabeza baja, de vez en cuando se miraban de reojo entre ellos.
—Bobby me llamó para decirme dónde encontrarlos y lo que estuvieron haciendo —prosiguió John, sin perder de vista a los niños.
—Ah… eso, si… pero ya lo arreglamos señor, perdimos la noción del tiempo solo… hicimos una fogata —Dean le sonreía de manera inocente, no quería que los dos niños tuvieran más problemas por lo que trató de restarle importancia al incidente.
El chico sabía cuáles eran las consecuencias ante su padre por lo que habían hecho y tenía que proteger a los dos chicos.
—Mira Dean, no me mientas. Esa es una regla que conoces desde que aprendiste a hablar, no me importa qué edad tengas, la regla sigue en pie. Sabemos que fue lo que pasó pero queríamos que fueran honestos y nos lo dijeran ustedes, pero por lo que veo no van a decir nada ¿verdad? —le dijo al muchacho.
Al ver que no había ningún cambio en la actitud, lo tomó por el brazo y se dirigió con él al cuarto de baño. Los dos chicos lo miraron asustados, no sabían qué le iba a hacer el cazador al muchacho, por lo que Dianne corrió tras él y comenzó a golpearlo con sus pequeños puños.
James la detuvo por la cintura y levantándola la devolvió al lugar original, la niña pataleaba tratando de zafarse pero su padre la retenía en su sitio.
Dentro del baño, Dean miraba expectante a su padre.
—¿Recuerdas lo que me dijiste en el cementerio? Abre la boca —le ordenó, mientras tomaba la botella de jabón líquido.
—Pero Papá… ¿no podríamos hablar?, no soy un niño pequeño —le decía, pero John aprovecho el momento en que el muchacho hablaba dejando caer varias gotas dentro de la boca del chico.
—Muy tarde, eso lo hubieras pensado antes de mentirme, te aconsejo que no lo tragues… ni siquiera pienses en escupirlo jovencito —le advirtió mientras le cerraba la boca llena de jabón.
Transcurridos cinco minutos, le entregó un vaso con agua—Puedes escupirlo, espero que no vuelva a pasar, si no quieres que te trate como niño, no te comportes como uno. Tú eres el mayor, debes darles un buen ejemplo —el muchacho trataba de quitarse el sabor sin conseguirlo, por lo que solo asintió, saliendo del baño.
Al verlos salir la niña se calmó, a cada uno le toco su turno con el jabón.
Una vez de regreso a la sala, los tres chicos estaban cansados y sucios por lo que los hombres decidieron que era mejor que tomaran un baño y se acostaran.
—Tienen diez minutos para bañarse e irse a dormir, mañana discutiremos el castigo por su aventura de hoy, Dean te puedes duchar en mi baño —les comunicó James.
Los tres niños salieron disparados hacia las escaleras ante la mirada de los cazadores.
En la cocina los esperaban sus respectivas tazas de café.
Susan subió a las habitaciones para ver si los chicos estaban bien, entrando primero en la de su hija la encontró cepillándose el cabello húmedo, ya lista para la cama.
—Mamá… ¿sigue muy enojado? Papi nunca me había hablado así, sé que debimos de avisarles lo que ocurría… lo siento —susurró la niña mientras trepaba a su cama.
La cazadora observo un momento a la niña, había llorado, sabía que para la pequeña el que su padre estuviera enojado con ella era inusual. Le explicó que había sido incorrecto su actuar, desde el escudriñar en las cosas de otra persona sin su consentimiento hasta el haberse ido sin avisar donde estaban. También le contó la angustia que habían pasado por no saber su paradero ni si estaban bien o heridos.
—Sé que lo sientes y sabes que no debiste hacerlo, pero estás enterada de lo que hay allá afuera, piensa en lo que sentiríamos Papá y yo si algo te pasará, Dy confió en que no les hayas contado sobre nosotros. Descansa amor —le dijo mientras la arropaba, depositó un beso en su frente y salió de la habitación.
Tocó la puerta de la habitación de huéspedes, donde se encontraban los dos chicos, el mayor le indicó que podía pasar. Ambos chicos estaban ya acostados, la miraron con remordimiento. Sabían que era justificado el enojo de los tres adultos.
Los arropó y depositó un beso en la cabeza de cada uno provocando que Dean volteara los ojos, no estaba acostumbrado a esas muestras de afecto.
—Que descansen —les dijo apagando la luz, cerró la puerta tras de sí.
Inmediatamente después los tres dormían profundamente.
Cuando Susan entró en la cocina, encontró a los dos hombres riendo.
—Vaya fierecilla que tienes Jimmy, probablemente pensó que iba a despellejar vivo a Dean —dijo riendo.
La mujer parada a espaldas de su marido le pasó los brazos por el cuello.
—Bueno, ha sido un largo día me voy a descansar… y por favor no sean tan duros con los niños —diciendo esto besó a su marido y se despidió del otro hombre.
—No sé tú, pero yo no creo que pueda dormir está noche —dijo James y se dirigió a un armario para sacar una botella de whiskey y dos vasos. Los llenó y le entregó uno a John.
—Por nuestros angelitos —dijo riendo mientras ambos se lo bebían de un solo trago.
A la mañana siguiente, los chicos estaban terminando su desayuno cuando sus respectivos padres entraron en la cocina. Susan les sirvió café y pan tostado.
—Gracias por el desayuno Señora Holls, ¿nos podemos retirar? —le preguntó Dean educadamente poniéndose de pie.
John levantó ambas cejas asombrado ¿desde cuándo su hijo mayor pedía permiso para retirarse de la mesa? Desde luego el muchacho era educado pero esa era una actitud más propia de Sammy.
—No todavía jovencito, antes tenemos una plática pendiente ¿recuerdas? —le contestó James mientras le daba un trago a su café.
Dean miró al hombre recargado en el mostrador de la cocina, asintiendo con la cabeza, se sentó nuevamente en su silla.
—Bueno chicos el día de ayer, cometieron ciertas faltas sin contar que se pusieron en peligro, no creo que sea necesario enumerarlas ¿verdad? Y ese comportamiento no es aceptable y desgraciadamente hay consecuencias —decía James adoptando su pose más seria.
Los dos chicos los miraban temerosos, conocían lo estricto que era su padre e interrumpirlo en medio de una cacería no era buena idea.
—Por lo que no hay permisos, ni televisión por un mes. En ese tiempo van a ayudar en el restaurante después de clases, una vez que terminen sus trabajos escolares y los fines de semana, la hora de dormir se reduce a las 9 —continuó, mirando directamente a su asombrada hija, no lo podía creer su papá jamás la había castigado.
—En cuanto a ustedes dos, espero no tener queja alguna van a hacer lo que les digan cómo y cuándo se los digan y Dean en ese tiempo no hay teléfono ni tienes permitido conducir, ¿está claro? —se dirigió John a sus hijos con voz firme, extendiendo la mano frente al muchacho.
Ambos chicos asintieron respondiendo: —Si, señor —sabían que cuando John Winchester daba una orden, esperaba obediencia por lo que él mayor le entregó sus llaves del Impala.
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Para cuando los muchachos llegaron al cine, la función ya había comenzado, Dianne odiaba ver una película empezada por lo que le sugirió que fueran a caminar por el parque.
Dean comenzó a hablar de su hermana Jo, la gemela de Sam, lo que a la muchacha le molestó mucho, él sabía perfectamente que las dos jóvenes no se soportaban entre ellas.
Se habían conocido durante unas vacaciones, Jo había ido de visita. La joven Winchester era bastante celosa y no toleraba la relación que tenían sus hermanos y su padre con la joven Holls. No le gustaba que Sam y Dianne, tuvieran gustos similares en cuanto al estudio o que su padre bromeara con la muchacha pero lo que más le molestaba era darse cuenta que su hermano mayor comenzaba a interesarse en Dianne. Por lo que no perdía oportunidad para tratar de hacerla quedar mal ante ellos.
—Ya vas a empezar, ¿Podríamos cambiar el tema? No me interesa que me digas lo maravillosa que es tu hermanita Joanna o ¿prefieres que le diga Elizabeth? —le dijo volteando los ojos en señal de aburrimiento. Sam le había contado parte de su historia.
—No entiendo qué les pasa a ustedes dos, puedes decirle como gustes, no pensaba decirte lo maravillosa que es mi hermanita, de hecho pienso que es igual de malcriada que tú —le contestó en tono burlón.
Dean tenía la habilidad de sacar de quicio a cualquiera, en especial a ella.
—Ayer hablamos por teléfono con ella, está bien por lo que nos contó. Sonaba un poco desanimada, parece que tuvo una pelea fuerte con Ellen y Will. ¿Puedes creer que la mocosa decidió dejar la escuela? Por Dios, este es su último semestre, Sammy trato de convencerla, ¿te puedes imaginar cómo se puso papá? Y yo… bueno le grité, es tan obstinada como papá y Sammy —continuó hablando Dean, ignorando la mirada enfurecida de la chica.
La muchacha río con ganas ante el comentario.
—¡Mira quién habla! —le dijo. Tanto los gemelos como Dean habían heredado la obstinación de John pero el muchacho jamás lo admitiría.
—No le encuentro la gracia. Yo no soy obstinado y tú sigues siendo “la princesa de papá” —le dijo molesto pero rápidamente cambio su humor cuando vio la mirada de la muchacha.
Los grandes ojos verdes estaban llenos de lágrimas.
—¿Qué pasa Dianne, dije algo malo? —le preguntaba buscando su mirada ya que la muchacha miraba hacia otra parte.
—La única persona que me decía así era mi papá. Nadie me ha llamado así desde… que lo mató ese… —la muchacha dudo, no le podía decir que había sido un demonio—…delincuente, Dean lo extraño tanto —rompiendo en llanto.
El muchacho la abrazó tratando de consolarla, mentalmente se amonestaba, ¿Como podía haber sido tan estúpido y olvidarlo? Sabía que la chica adoraba a su padre y su muerte había sido muy dolorosa para ella.
Dianne lloraba desconsolada sobre su hombro mientras el muchacho le acariciaba el cabello tiernamente. Cuando los sollozos se calmaron, la separó un poco de él, tomó su cara entre sus manos limpiando sus lágrimas con sus pulgares, sonriéndole mientras la miraba. Notó que la temperatura había descendido, sintió que la chica temblaba, ¿sería de frío? pensó él. Caballerosamente se quitó la chamarra y se la colocó alrededor de los hombros, lo mejor era regresar a su casa.
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En la sala, John y Susan reían divertidos mientras seguían recordando la aventura de sus hijos tiempo atrás.
—En esa época fue cuando empezaste a llamarla Fierecilla —comentó Susan mientras se levantaba para llevar las tazas a la cocina.
—Bueno, eso me pareció cuando se me fue encima para defender a Dean. Vaya que la niña tenía valor o era suicida, mira que golpearme cuando apenas me llegaba a esta altura —decía riendo mientras ponía la mano a la mitad de su pecho.
—Jim no podía parar de reír cuando me lo contó, decía que si no te la hubiera quitado de encima, Dy hubiera sido capaz de dejarte moretones de por vida —le contaba mientras reía.
Su hijo mayor sería un hombre con suerte si conseguía que la muchacha le correspondiera, la fierecilla era una muchacha además de hermosa, honesta, inteligente y valiente pensó el cazador, eran tres cosas que él admiraba en una mujer.
En la cocina, John lavaba los platos mientras Susan los secaba, se había convertido ya en una rutina de todos los miércoles.
—Mi pobre hijo… lo compadezco, mira que lidiar con el carácter de la Fierecilla… —bromeaba él, moviendo la cabeza con pesar mirándola de reojo, esperando su reacción.
—¡Hey! Cuidado con hablar mal de mi niña, John Winchester, además tu hijo no es precisamente un ángel bajado del cielo —le contestó dándole un golpe en el brazo.
Lo miraba divertida, mientras el cazador se frotaba el brazo, simulando dolor.
—¡Oye, me dolió! Eres mandona Sue, ya sé de dónde sacó ese temperamento la Fierecilla —decía riendo.
La mujer le arrojó el trapo húmedo que tenía entre sus manos, el proyectil dio en el blanco justo en medio de su cara. La mujer soltó una carcajada, en ese momento escucharon ruido en la puerta de la entrada.
Al abrir la puerta, se encontraron a Dean llevando en brazos a Dianne profundamente dormida, con los brazos alrededor del cuello del muchacho.
La pareja lo miró extrañada, acompañándolo para depositar a la chica en su cama, padre e hijo salieron de la habitación mientras Susan ayudaba a su hija a cambiarse de ropa y a meterse en la cama. La mujer se percató de los rastros de lágrimas en la cara de su hija, Dean Winchester iba a tener que darle una explicación.
Bajo las escaleras para encontrarse a los dos hombres sentados en la sala, deteniéndose frente al joven con las manos apoyadas en las caderas.
—Dean… ¿hay algo que me quieras contar como… por qué mi hija tenía rastros de lágrimas? —le preguntó con expresión seria.
Dean sabía que la mujer frente a él podía ser muy dulce pero cuando sentía que algo amenazaba el bienestar o la felicidad de su hija, se transformaba. Le explicó lo sucedido, desde su llegada tarde al cine hasta que la chica se quedó dormida en el auto de regreso a la casa.
—Lo siento Susan, no fue mi intención lastimarla —murmuró el joven mirando el suelo.
La actitud de ambos padres se relajó, intercambiando una mirada con John, Susan tomo las manos del joven cazador.
—Cariño no tienes que disculparte. No fue tu culpa, no podías saber que Dy reaccionaría así —le dijo con voz suave, el muchacho levanto la vista, los ojos de la mujer reflejaban el cariño que sentía por él.
Susan Holls había sido para los chicos Winchester, lo más cercano a una madre.
—Muy bien Romeo, es hora que nos vayamos y dejemos a la señora descansar. Buenas noches Sue y nuevamente gracias por la cena —bromeó John, poniéndose de pie. Abrazó a su hijo por el cuello, mientras se dirigían a la puerta.
Susan los miró partir.
Sonriendo pensaba mientras cerraba la puerta de la casa, definitivamente ese chico le gustaba para su hija, Dean Winchester era un buen muchacho, esperaba que se decidieran algún día.
Algún día…